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CUENTOS DE LA SELVA

entrara luz, y la gamita, con sus lentes amarillos, salió corriendo y gritando:

—Veo, mamá! Ya veo todo!

Y la gama, recostando la cabeza en una rama, lloraba también de alegría al ver curada a su gamita.

Y se curó del todo. Pero aunque curada, y sana y contenta, la gamita tenía un secreto que la entristecía. Y el secreto era éste: ella quería a toda costa pagarle al hombre que tan bueno había sido con ella, y no sabía cómo.

Hasta que un día creyó haber encontrado el medio. Se puso a recorrer la orilla de las lagunas y bañados, buscando plumas de garzas para llevarle al cazador. El cazador, por su parte, se acordaba a veces de aquella gamita ciega que él había curado.

Y una noche de lluvia estaba el hombre leyendo en su cuarto, muy contento porque acababa de componer el techo de paja, que ahora no se llovía más; estaba leyendo ouando oyó que llamaban. Abrió la puerta, y vió a la gamita que le traía un atadi-