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HORACIO QUIROGA

—¡Qué canto tan fuerte!— dijo admirado. —¡Qué huevos tan grandes debe de tener ese pájaro!

El canto se repitió, y entonces el coatí se puso a correr por entre el monte, cortando camino, porque el canto había sonado muy a su derecha. El sol caía ya, pero el coatí volaba con la cola levantada. Llegó a la orilla del monte, por fin, y miró al campo. Lejos vió una casa de hombres, y vió a un hombre con botas que llevaba un caballo de la soga. Vió también un pájaro muy grande que cantaba, y entonces el coaticito se golpeó la frente y dijo:

—¡Qué zonzo soy! Ahora ya sé qué pájaro es ése. Es un gallo: mamá me lo mostró un día, de arriba de un árbol. Los gallos tienen un canto lindísimo y tienen muchas gallinas que ponen huevos. ¡Si yo pudiera comer huevos de gallina!...

Es sabido que nada gusta tanto a los bichos chicos del monte como los huevos de gallina. Durante un rato el coaticito se acordó de la recomendación de su madre. Pero el deseo pudo más, y se sentó a la ori-