mucho por los dientes de la trampa, vió, a la luz de la luna, tres sombras que se acercaban con gran sigilo. El corazón le dió un vuelco al pobre coaticito al reconocer a su madre y sus dos hermanos que lo estaban buscando.
—¡Mamá, mamá!— murmuró el prisionero en voz muy baja para no hacer ruido.
—¡Estoy aquí! ¡Sáquenme de aquí! ¡No quiero quedarme, má... má!...— Y lloraba desconsolado.
Pero a pesar de todo estaban contentos porque se habían encontrado, y se hacían mil caricias con el hocico.
Se trató en seguida de hacer salir al prisionero. Probaron primero cortar el alambre tejido, y los cuatro se pusieron a trabajar con los dientes; más no conseguían nada. Entonces a la madre se le ocurrió de repente una idea, y dijo:
—¡Vamos a buscar las herramientas del hombre! Los hombres tienen herramientas para cortar fierro. Se llaman limas. Tienen tres lados, como las víboras de cascabel. Se empuja y se retira. ¡Vamos a buscarla!