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CUENTOS DE LA SELVA

ocho o diez terribles clavos en las patas, y dió un salto atrás: eran las rayas, que defendían el paso del río, y le habían clavado con toda su fuerza el aguijón de la cola.

El tigre quedó roncando de dolor, con la pata en el aire; y al ver toda el agua de la orilla turbia como si removieran el barro del fondo, comprendió que eran las rayas que no lo querían dejar pasar. Y entonces gritó enfurecido:

—¡Ah, ya sé lo que es! ¡Son ustedes, malditas rayas! ¡Salgan del camino!

—¡No salimos!— respondieron las rayas.

—¡Salgan!

—¡No salimos! ¡El es un hombre bueno! ¡No hay derecho para matarlo!

—¡El me ha herido a mí!

—¡Los dos se han herido! ¡Esos son asuntos de ustedes en el monte! ¡Aquí está bajo nuestra protección!... ¡No se pasa!

—¡Paso! rugió por última vez el tigre.

—¡NI NUNCA!— respondieron las rayas.

(Ellas dijeron: "ni nunca", porque así