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Página:Cuentos de la tierra - bdh0000108418.pdf/246

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Condesa de PArdo Bazán

Evoqué la escena, el rebaño de criaturitas en pie ante sus pupitres, respetuosamente derechas e inmóviles a la voz de la profesora; una serie de cabecitas mal peinadas, de pelo bravío, corto y revuelto, de semblantes colorados y cachetudos, o macilentos, señalados por el linfatismo con el estigma que anuncia tan graves desórdenes fisiológicos para el porvenir, un calabazal gracioso a veces—¡la niñez es tan fácilmente graciosa!--; pero, en conjunto, entristecedor, como lo son las muchedumbres infantiles de asilos y hospicios, como suele ser la prole numerosa de los necesitados... Las privaciones—que se revelan para el hombre de ciencia en el peso, en la estatura, en la estructura ósea del chiquillo—las descubre el novellsta en lo reviejo de la tez, en la impureza de los ojos, en la naciente deformidad de los miembros... El niño está más cerca que el adulto de la vida vegetativa: bien cuidado, parece una flor regada y lozana; mal cuidado, es la planta que se ahila por falta de agua y de aire. Entre el plantel, destacóse la niña de los rizos, y ante el tono, algo céreo, de su menuda faz encantadora, a un tiempo resolvimos: «Esta necesita playa y campo.»

—Habrá que cortarle el pelo—observó alguien de nosotros, en el tono con que se reconoce una necesidad dolorosa, porque el pelo nos había deslumbrado desde el primer momento, como deslumbra la pluma magnífica, tornasolada, de un ave tropical. Sabíamos de sobra que la rapadura es el rito inicial de caridad y de higiene en las Colonias: de caridad, porque es preciso tenerla para realizar y hasta para ordenar y dirigir esa operación, que descubre tantas veces, en las ca-