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Página:Cuentos de la tierra - bdh0000108418.pdf/247

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Cuentos de la tierra

belleras infantiles, la fauna asquerosa de la miseria; de higiene, porque al niño que le medran los cabellos se le desmedra el cuerpo, es sabido... Ni aun para los hijos de los ricos, familiarizados con el peine y los petróleos de tocador, es bueno cultivar esos bucles de paje del siglo xv...

Sin embargo, desde que pronunciamos las fatales palabras: «Habrá que cortarla el pelo...», comprendimos que no sería fácil... La niña, fijándonos desde lo hondo con el par de moras maduras de sus ojazos, parecía decirnos, silenciosa y expresivamente: «No me quitaréis mis rizos, no tál... El lacito colorado, que una coquetería de madre engreida de la belleza de una criatura había prendido cerca de la sien izquierda, era como banderín de la vanidad de aquellos siete u ocho años, ya femeniles. Y los ojos sombríos nos miraban maldiciéndonos, y las facciones, hechas a torno, se contraían con mohin de repugnancia...

Al día siguiente lo supimos ya, de un modo positivo, por referencias diversas: la niña de los rizos no vendría a la colonia. Su familia compartía la opinión de que la salud no compensa el desmoche de unos tirabuzones tan ricos y tan ondeantes. Mejor dicho (conviene ser exactos), aquel menaje de obreros, habituado a la vida sórdida y angustiada, en que, si no falta el pan del todo, no lo hay nunca de sobra, reñido con el jabón y el aseo, en la promiscuidad y estrechez del domicilio, creía firmemente que eso de rapar a los chicos es una manía de burgueses metidos a filántropos, que distraen el aburrimiento inventando molestias a cambio de problemáticos beneficios. ¡Llevarse a la chica un mes a una playa! ¡Gran puñado son tres moscas!

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