Ir al contenido

Página:Cuentos de la tierra - bdh0000108418.pdf/248

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
242
Condesa de PArdo Bazán

Y en cambio, ¡quitarla aquellos rizos, orgullo de la madre, envidia de la demás chiquillería y comadrería del barrio! El único lujo del hogar, lo que hacía sonreír babosamente al padre cuando conducía a su hija al gallinero del teatro por horas, o al cine, y en el ambiente viciado, deletéreo, cargado de olor humano, resonaban las frases de admiración: «¡Mira ese pelo...! ¡Mira esa pequeña! ¡Si parece un cromo!»up zurbergmos

Tuvimos que sustituir a la niña de la melena por otra que se dejó pelar sin oposición—aunque no sin pena, pues es increíble el cariño que tienen a su áspera zalea hasta los chicos más feos y pobres—. Las criaturas fueron lavadas y fregadas; averiguaron que a unos huesos que tenemos en la boca hay que frotarlos diariamente con cepillo; se vistieron de limpio, comieron a mantel blanco, con flores silvestres en el centro y servilleta nívea, corretearon en la playa, ganaron en peso y en estatura; se pusieron alegres y morenas, el moreno sano del pan integro..., y volvieron al pueblo contentas, envanecidas del veraneo aquel, con hábitos de «señoritas», que en sus casas eran reprobados...

La de los rizos seguía causando la misma impresión, mientras jugaba en el arroyo, vestida de percal rosa sucio y con el moñito rojo entre las alborotadas y finas ondas del soberbio pelo. Sin embargo, transcurrido bastante tiempo después del día en que la conocimos, las frases de la gente que la admiraba se habían modificado un poco: «¡Qué pelo!», era siempre lo primero; y después: «¡Está consumidita...! ¡Qué color tan malo...!» La gente del pueblo—nadie lo ignora— no se anda en contemplaciones para decir lo que