Una mañana atravesaba el bosque un jóven muy guapo, brillaba el sol, cantaban los pájaros, un fresco viento soplaba en el follaje, y el jóven estaba alegre y de buen humor. Aun no habia encontrado un alma viviente, cuando de repente distinguió á la vieja hechicera en cuclillas cortando la yerba con su hoz. Habia reunido una carga entera en su saco y al lado tenia dos cestos grandes, llenos hasta arriba de peras y manzanas silvestres.
—Abuela, le dijo, ¿cómo pensais llevar todo eso?
—Pues tengo que llevarlo, querido señorito, le contestő; los hijos de los ricos no saben lo que son trabajos. Pero á los pobres se les dice:
Es preciso trabajar, no habiendo otro bienestar.
—¿Quereis a yudarme? añadió la vieja viendo que se detenia; aun teneis las espaldas derechas y las piernas fuertes: esto no vale nada para vos. Además, mi casa no está lejos de aquí: está en un matorral, al otro lado de la colinaTrepareis allá arriba en un instante.
El jóven tuvo compasion de la vieja, y la dijo:
—Verdad es que mi padre no es labrador, sino un conde muy rico; sin embargo, para que veais que no son sólo los pobres los que saben llevar una carga, os ayudaré á llevar Ja vuestra.
—Si lo haceis así, contestó la vieja, me alegraré mucho.
Tendreis que andar una hora; ¿pero qué os importa? Tambien llevareis las peras y las manzanas.
P El joven conde comenzó á reflexionar un poco cuando le hablaron de una hora de camino; pero la vieja no le dejó volverse atrás, le colgó el saco á las espaldas y puso en las manos los dos cestos.