—Ya veis, le dijo que eso no pesa nada.
—No, esto pesa mucho, repuso el conde haciendo un gesto horrible; vuestro saco es tan pesado, que cualquiera diriá que está lleno de piedras; las manzanas y las peras son tan pesadas como el ploma; apenas tengo fuerza para respirar.
Tenia mucha gana de dejar su carga, pero la vieja no se lo permitió.
—¡Bah! no creo, le dijo con tono burlon, que un señorito tan buen mozo, no pueda llevar lo que llevo yo constantemente, tan vieja como soy. Están prontos á ayudaros con palabras, pero si se llega á los hechos, sólo procuran esquivarse. ¿Por qué, añadió, ós quedais asi titubeando? En marcha, nadie os librará ya de esa carga.
Mientras caminaron por la llanura, el jóven pudo resistirlo; pero cuando llegaron á la montaña y tuvieron que subirla, cuando las piedras rodaron detrás de él como si hubieran estado vivas, la fatiga fue superior á sus fuerzas:
Las gotas de sudor bañaban su frente, y corrian frias unas ardiendo otras, por todas las partes de su cuerpo.
—Ahora, la dijo, no puedo más, voy á descansar un veces, 68 " poco.
—No, dijo la vieja, cuando hayamos llegado podreis descansar; ahora hay que andar. ¿Quién sabe si esto podrá servirte para algo?.
—Vieja, eres muy descarada, dijo el conde.
Y quiso deshacerse del saco, mas trabajo en vano, pues el saco estaba tan bien atado como si formara parte de su espalda. Se volvia y se revolvia, pero sin conseguir soltar la carga.
La vieja se echó á reir, y se puso á saltar muy alegre con su muleta.