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70 — Felipe Trigo

La camarerita.

Llegó. Se le plantó al lado de la cama.

— Han traído esto.

Le daba un sobre y lo cogió Ricardo. Lo rompió. Leyó la esquela que contenía.

«Estimado amigo: Mañana ya sabe usted que visitaremos la importante fábrica militar de Trubia, donde nos espera, debo suponer, un gran recibimiento. ¿Quiere usted hacernos el honor de acompañarnos?... Lo vería con sumo gusto su afectísimo seguro servidor, q. b. s. m., Florencio Martí

¡Arrrh!... Notó en esto — respirando toda su alma libre de un peso — la cariñosa diplomacia de Ladi. Era verdad; siendo una visita a que el ex ministro fué invitado por la fábrica, Ladi no podía directamente por la tarde...

Y advirtió entonces que la camarerita de pelo de azafrán, de cara bruta y gorda, llena de pecas, permanecía inmóvil sonriendo al lado de la cama en un desvestido alarmante... cubriéndose con ambas manos el pecho de blancura escandalosa que dejaba por demás descubiertos una chambrilla sin botones.

— ¿Qué? — preguntó seco Ricardo en el egoísmo de su dicha señorial.

— Nada... que... me dispensará usted que venga así... Estaba ya acostada... y todo el mundo en la fonda.