transporte cortesano de su idilio (¡ah, en Salinas los sentía sin comprenderlos, por instinto!), la «realidad», la aterradora verdad de la diferencia de clases..., puesta en relieve por el invierno y por Madrid. ¡Fué una democrática nivelación de indumentaria aquella del calor en la playa modestísima, donde todos parecían iguales con un par de trajes blancos!
Cuando fué al Círculo, a la hora de comer, encontró otra carta:
«Mi adoradísimo Ricardo: Llegué hoy, según te había anunciado; pero en el correo. Por León Rivalta, con quien ya sabes que querrían casarme mis padres, sólo por tener una corona de vizconde, y que estuvo a recibirnos al expreso, he sabido que te vió esperándome. Esto ha vuelto a ocasionarme una pelea. Peor. Te quiero más. ¡Hombre, no hay cosa que más me pueda que la imposición de la gente!... Mi padre invitó a almorzar a León, y esta noche a la Comedia. Se figuran que van a hartarme de León. Se llevan chasco: ya ves, ahora mismo los dejo en la mesa, sin más que para escribirte. Supongo que le tendré en la Castellana también esta tarde. Ve tú, y a la Comedia esta noche. Y, después de la Comedia ven a casa (Lagasca, 59 triplicado, hotel), pues te esperaré en la reja de mi cuarto y hablaremos. Mil besos de tu