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La de los ojos color de uva — 99

reflexiva también, miraba al cielo, cual si no acabase de entender, añadió Ricardo:

— Sí, mi Eladia; yo tengo miedo de que tu voluntad desfallezca..., tengo miedo de que, en una lucha larga, desigual, bien desventajosa, por mil razones, para mí, acaben venciéndote tus padres... Ya ves que..., por lo pronto, te han puesto a ese León Rivalta al lado, quieras que no quieras...

— ¡Ah, peor! ¡Te digo que peor! — insistió la testaruda, como exaltándose siempre y con iguales palabras.

Y concluyó Ricardo, aprovechándose de la excitación (¡sí, era un psicólogo!):

— Pues demuéstramelo. ¡Sé mía, Ladi! ¡Eso es lo que quiero de ti, y sólo entonces quedaría tranquilo y absolutamente confiado en tu cariño!

— ¡Aaaah! — guturó dulcemente Ladi, comprendiéndole.

Y, tras una duda en sonrisa, concedió:

— Bueno, bien... Ya es otra cosa... No creas que me importa, por mi parte... Encuentro la dificultad solamente... en...

Levantándose de pronto, desapareció en lo oscuro de la estancia. Ricardo se separó con rapidez a un lado. El había oído un ruido dentro también. Tal vez era el padre... Pero al medio minuto volvió a verse la un poco inquieta faz de Ladi, diciendo:

— Oye, vete. Me figuré que venían. Tengo