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V


En la ciudad caía la nueva como una ceniza de volcán que fuese cerniendo el aire. Se supo por cien soplos, aun antes que llegase la familia, a las once. Desde el hermético landó, tirado por mulas de labranza, y no por los magníficos caballos, pasó a encerrarse en su mansión la familia consternada. Un grupo, en trágica manifestación silenciosa, siguió al coche, viéndolos entrar. La casa quedó con las puertas en duelo. El adminisrador recibió las visitas de cuantos fueron a testimoniarles el pesar, y a inquirir también detalles con una curiosidad conmovida y perversa.

Primero había corrido que los muertos fueron dos: el guarda y una sirviente..., y atropelladas todas las mujeres. Al fin, por las criadas mismas, que llegaron por la tarde en un carro, se aclaró que sólo murió la cocinera, ahogada por los trapos de la boca y a consecuencia de tener en la narices pólipos que no la dejaron respirar. En cuanto a atropellada, sólo lo fué la señorita..., la pobre señorita Margot — aun al alba encontrada