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—Oh mortal, si tuvieses la inefable dicha de escuchar la delicia de esa voz, pasarias los tiempos de rodillas, sumido en éxtasis. Pero esa voz se escucha más allá de la muerte, y es sólo para aquellos que saben encontrarla.

No continuaré hablándote de esa noble mujer ella es modesta, las alabanzas hieren su oído.

Confiada, llena de fervor pasé entre sus manos los umbrales de una mansión incomparable. No creas que en ella había fastuosidad, tono aperlado velaba las cosas, que eran pocas. Había allí flores, las más humildes que nacen en la praderas, pájaros de todos los climas; libros, todas las obras modestas que en el mundo desdeñamos, y sobre una piedra de granito, abiertos los viejos brazos, un volumen donde resaltaba profundamente grabado en letras de oro este nombre. Salomón.

Observando ella que fijaba mi atención en esa páginas cuya escritura y lenguaje no conocía, díjome: