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honrado, antes roto que remendado". El severo varón era de ánimo dulce, incansable amigo del bién.

Vivió en la tierra de los hidalgos —¿vosotros sabéis donde es, verdad, lectores?— Por allá en el año... tengo mala memoria, perdonadme, pero no recuerdo.

Sucedió que el asiduo luchar, encaneció sus cabellos prematuramente, y encorvó sus espaldas. A pesar de ello, jamás nadie observó en su rostro cetrino, la mueca de un disgusto. Proporcionaba sumo agrado al extranjero, estrechar esa mano flaca, ceremoniosa, que parecía un escudo de nobleza cuando para saludar, la apoyaba galantemente contra su corazón.

Crecía el infante a la vera de tan saludable sombra, repartiendo sus caricias entre la hirsuta barba del hidalgo, y los resplandecientes cabellos de su madre.

Era muy pequeño aún, cuando un traidor