FIAL,AOH,O D ALMEIDA
misuras de los labios, poniéndole en la cara el gesto despótico de un mandarín feroz...
Entonces el mozuelo vió, en un sobresalto, una forma desnuda que se abalanzaba sobre él, con los ojos extraviados, los brazos en arco pintados de ta- tuajes azules, áncoras, letras, cruces, fechas, —y con las manos trémulas palpaba las rovas por debajo de la almohada, rebuscando... De miedo, ni dijo pío. Miraba la extraña cabeza, muy chata de frente y alargada en lo alto, pequeñita, ahocicada, con las orejas salientes... Apenas se movió, la forma retro- cedió sin ruído, como si se escurriese, y sus manos buscaban siempre, con incisión sutil y fina, por los colchones, debajo de las sábanas, bajo la almohada... «¿Quién es? ¿Quién está?... ¿Qué quiere?...» La adunca fura venía con precauciones minucivsas, parecía cre- car enderezando súbitamente el tronco de delgadez Jívida, en que resaltaban las costillas, y la enorme li- gadura de vendaje pasaba ciñéndole desde los soba- <os hasta los riñones con discos de sangre seca... Traspasado de terror, el rapazuelo hacía lo posible por gritar, en lucha con la pesadilla de las demás noches; —primogénita de las grandes fiebres en que, aún despierto, desvariaba... Y la catalepsia era im- placable, completa, agarrábale los brazos, cogíale por las piernas, helábale la lengua, estrangulábale por la garganta... Veía esa araña de miembros nu- dosos, amarillos, terrosos, llenos de vellosidad par- da, cuyos huesos daban estallidos, yendo y viniendo, paipando el lecho desde los pies a la cabecera, escu- rriéndole las manos a lo largo del cuerpo, con los
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