Página:DAlmeida Ciudad del Vicio.djvu/122

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FIALHO D"'ALMEIDA

-ondulando hacia él las colas blancuzcas... Desiderio Jacinto se había arrodillado al pie de los pastos en montón, que tenían por encima la leña cortada de los árboles... Metió pacientemente la yesca encendida por debajo de todo y estuvo soplando hasta hacer humareda... Rastrojos adelante, el rebaño huroneaba por hacer cama, escegiendo para dormir los terrenos en declive y desabrigados, donde el aire diese de es- paldas. Y como más allá de la lumbre todo se perdía en la oscuridad y la llama de la hoguera encandilaba al pastor, nadie vió a una pobre oveja que, extravia- dia del rebaño, conseguía al final encontrarlo, exte- nuada y esquelética, trayendo a rastras, cogido con los dientes, al borreguillo parido por la mañana...

En el campo y en verano, rompe el día a las tres y media, cuando la codorniz hace la primera ascensión a los cielos para dar el tono, desde lo alto, a los vo= látiles emboscados en las hojas, en las hierbas secas dle los vallados, en los matorrales, en los cañaverales y en las zarzas, para la gran pastoral beethovénica de :a mañana. Encendido en la palidez del horizonte, el lucero del alba tiene palpitaciones de párpado so- ñoliento.....

Va rasgándose la niebla de las alturas, envuelta en exhalaciones silvestres de los valles; y algodo- nes de nubecitas blancas ondulan en las aletas de en- Caje, por toda esa piscina cerúlea, que es irregular e inquieta, como una ambición de mozo... Fué enton-

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