Página:DAlmeida Ciudad del Vicio.djvu/180

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soltaba entonces sus cabel.os del gorrito de paja en- vuelto en una diáfana blonda, y encendía un cigarri- llo en el habano del conde, que en la arena, a los pies de ella, como un Terranova favorito, la escudri- ñaba con sus ojos de gato bravo, amarillos e inquie- tos... A ratos extendía la condesa el abanico ante sus ojos frente al mar, para seguir algún vapor humeante ya en la última línea del horizonte y del agua... ¡Es- taba tan graciosafumando, que hasta las viejas la per- donaban!... Echábase haciaatrás para expeler el humo en un como cesperezamiento amoroso, asomando las piernas bajo el traje ceñido de cuya orla roja los pies salían batiendo el compás en la arena...

Á veces traía en la escarcela, cayendo en la cintu- ra por un cordón de oro viejo, algún libro en edi- ción bijou. Y mientras el conde leía, la condesa des- vanecida, con las manos colgantes, atravesada por una ondulación, sentíase vivir, rodando en un sopor su sombrilla japonesa bordada de cigieñas blan- CAS...

Paquerettes des pres, vos couleurs assorties ne ortllent pas toujours pour égayer les yeux...

Ibanse entonces llegando solapadamente los golo- sos de buena hembra, losaturdidos y los demás... Ella distribuía cigarros, toda encendida de color, con una sombra azulada por debajo de los párpados, contenta con ser el blanco de las miradas, con atraer y des- lumbrar a las que le robaban el corte de los corpi- ños muy ajustados en las caderas, sin costura en los senos, modelando con gracia helénica la provocante expansión de las pomas y la curva divina del vientre

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