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LA CIUDAD DEL VICIO

pirar en los aires perfumes amigos, Que me intoxica- ban una éspecie de alegría... Mi actividad era reparti- da entre las tripulaciones de los barcos de pesca, largas pláticas en el barracón de salvavidas, o arre- glan:lo redes a la puerta delascabañas... Así yo apren- dí a ver y a recomponer esos grandes lobos de mar, feroces y creyentes, con sus ojos pequeños de pupi- la inquieta, blusa azul sobre los hombros cuadrados, piernas desnudas, barba rala, ágiles y gigantes, con una profunda melancolía en el rostro. Las lenguas de la onda viven lamiendo la playa humildemente, como un perro fiel que halaga al dueño. En bandas, los chicuelos desnudos echábanse a rodar por la are- na O hacían bullir el agua zambulléndose. ¡Y yo sin saber cuál era más puro y transparente, si el cielo o el mar!... A la noche recogía mis impresiones garra- pateando en mi carnet, y a la palidez sonámbula de la luna, dormíani las cabañas arrulladas por la voz del Océano y la linterna gigante del faro encandila- ba a las aves del mar, haciéndoles suponer que rom- pía el alba...

Tres meses así. Cuando una noche desperté al es- trépito de las olas; la bruma había venido, haciendo dislocaciones de humareda compacta, de color ceni- za claro por los efectos de la fosforencia, qtte hacía del mar un ponche en llamas, que al' rumor del vien- to fuese removiéndose procelosamente... Y en rebe- lión el agua aullaba, chapoteaba en las cavernas, so- llozaba, cantaba y reía... Playa adelante, desperta- ds de repente, los pescadores gritaban en goro, no viendo a los barcos sujetos a la amarrÉ... Iba a co-

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