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LA CIUDADDELVICIO

humilde maestro de escuela del villorrio; el clásico maestro que, en Portugal como en España, mísero y hambriento, es blanco de'la vaya y mofa castellanas, de la troga grosera y relas lusitana, por comeldió- grafos y zarzueleros... um mestre-escola da terra, dice el propio Fialho, que nos ha desgrito a su pa- dre con colores de tinte sombrío. Era un «tipo de santo austero en un alma de soñador»... Toda la fa- milia de Fialho había sido humildísima; venía de progenie labradora... En la Tragedia de un hom- bre de genio oscuro parece describirse a sí mismo, cuando dice poniendo en su pluma todo el veneno que su alma destilaba: «Todos los hermanos de mi madre cavaron la tierra y aún hace pocos años el sepulturero de V... era mi pariente... De aquí viene, sin duda, mi odio a los ricos. Al primer abordaje no puedo esquivarme de pensar que hay en la fortuna de ellos, superfluo, el quiñón de mi familia miserable...»

La bella frase, bien torneada y burilada, envuglve todo un sistema de odios: y toda una concepción de la vida, inherente y peculiar a Fialho. Nacido en pobre casucha de adobes, construída por picapedre- ros de su casta, había de incubarse en su alma de niño odio a las clases elevadas. Quizá en el fondo la aversión que sintió siempre a Ega de Queiroz no fué más que envidia, envidia sccial, hacia el mozo bien- guisto en la buena sociedad; hacia el mozo Yyarota que vivía en el extranjero, que sólo ¿Aparecía por Lisboa de tarde en tarde a exhibirse; cuyos amigos eran los fidalgos más ricos o más entonados de Por-

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