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LA CIUDAD DEL VICIO

explayarse después entre risas y réplicas, en derre- dor de cada caso clínico más curioso. Había un tipo de cada clase en esa estufa de eflorescencias mórbi- das: viejos paralíticos, dolencias febriles, una colec- ción completa de tísicos en todos los grados, clasi- ficados por orden, cardíacos de faz terrosa y respira- ción intermitente, enfermedades viciosas que eran la hilaridad de los convalecientes, anemias, bocios, tu- mores, un museo de torpeza física, constituyendo el orgullo de una población y el delirio de un clínico... Y reproduciendo la risa, la voz y el gesto de un doctor, el viejo de Chellas, en pie junto al lecho del mozuelo, remedaba a aquel que una vez, mostrando la enfermería a un colega de provincia, decía ale- gremente:

---Se hace lo que es posible para que haya de to- «o, querido... Da trabajo, no lo niego, pero con bue- na voluntad...

—¡Bendito nombre de Diosl —decía amedrentado wi rapazuelo, mientras radiante de la emoción que producía, el otro tomaba alientos en un orgullo de contar tan bien...

—¿Vé usted el del número 13, vé: —decía él.— Esbozaba el tipo, detallando con calma...

—Aquelgordo,todocalvo, queestá pasada la estu fu... Anda hace dos años que habita aquí, imposibilita- dito del todo... Había sido del Matadero. ¡Malo, san- tía, como nunca lo ví!... Desde qne entró no dice si- no ¡agual cuando tiene sed... ¡cueva! si los colchones van hacia abajo con el peso del corpachito... y así... De estar hacia el mismo lado, hace semanas, se le