Página:David Copperfield o El sobrino de mi tía (1871).pdf/102

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida

90
DAVID COPPERFIELD.

de sus labios no me hubiesen inspirado una respuesta negativa.

— Soy sumamente pobre, dije, tratando de sonreir, y no tengo dinero.

— ¿Qué quereis decir con eso? replicó el buhonero con una mirada tan siniestra, que temí viese mi dinero á través de mi bolsillo.

— ¿Qué significa llevar al cuello una corbata de seda? Es la de mi hermano, devolvédmela.

Y soltándola él mismo, se la dió á la mujer.

La mujer soltó una carcajada, como si pensase que aquello era una broma, y me arrojó la corbata, haciéndome una nueva señal con la cabeza, que queria decir :

— Marchaos.

Antes de que yo hubiese tenido tiempo de escaparme, el buhonero volvia á coger la corbata con un gesto violento; luego volviéndose hácia su mujer la pegó un terrible puñetazo en la cabeza.

Ví que caia y rodaba por el suelo, y, cuando así que hube huido á algunos pasos no pude menos de mirarla, estaba sentada á la orilla del camino, limpiándose con la esquina de su mano la sangre, que, segun se me figuró, corria por su rostro.

Esta aventura me causó tal alarma, que así que divisaba á lo lejos un buhonero, me escondia hasta que hubiese pasado, cosa que me sucedia con bastante frecuencia y retardaba mi marcha.

Pero no por temor á este peligro me detuve: el recuerdo de mi madre iba conmigo. No se separó de mí ni aquella noche, ni al dia siguiente durante todo el dia, de tal modo, que no podria desmembrarle de la perspectiva en que tambien se me aparecieron el perfil de la venerable catedral de Cantorbery, las góticas puertas de la ciudad, las cornejas y alondras que revoloteaban sobre las torres. La imágen protectora hizo lucir aun un rayo de esperanza sobre las solitarias colinas de Douvres : era el sexto dia; pero, ¡cosa extraña !... la imágen pareció evaporarse y desapareció como un sueño, dejándome medio desnudo, con los zapatos rotos y sin esperanza, en el momento en que llegaba al tan deseado término de mi viaje.

Me dirigí hácia el puerto y me acerqué á los marineros, a quienes pregunté si conocian á miss Betsey Trotwood.

— Vive en el faro de South-Foreland, me dijo uno, y se ha quemado los bigotes.

— No tal, dijo el otro, es una señora que ha hecho que la aten con una cuerda á la boya del puerto; es preciso que baje la marea para poder verla.

— Vamos, vamos, dijo un tercero; es la vieja que han encerrado en la cárcel de Maidstone, por haber robado un chico.

— Amigo mio, exclamó un cuarto; llegais demasiado tarde: hace poco he visto á esa miss Betsey, montada en una escoba, volando en direccion de Calais.

Pregunté en seguida á varios cocheros de alquiler, que usaron las mismas chanzas y el mismo poco respeto por mi tia. Los tenderos, á quienes mi aire tímido no agradaba, casi siempre me respondian de la misma manera :

— Idos, no se os puede dar nada.

Aquel era el dia mas triste de mi vida desde que me habia escapado. Estaba sin un cuarto; no tenia nada que vender. Sufria del hambre, de la sed, experimentaba un horrible cansancio, y se me figuraba que me hallaba tan lejos del fin de mi viaje, como si no hubiese salido de Lóndres.

Pasé aquella mañana en inútiles pesquisas; sentéme desalentado en una esquina, cerca del mercado, en el poyo de una tienda desalquilada. Me consultaba si no seria conveniente el que recorriese las aldeas y arrabales de Douvres, cuando un cochero que llegaba con su vehículo, dejó caer la manta de su caballo. La levanté para dársela y se me figuró ver en su rostro un aire de bondad. Me aventuré, pues, á preguntarle si podria darme las señas de la casa de miss Betsey Trotwood. Tantas veces habia repetido la misma pregunta, que por poco casi no pude pronunciarla.

— Trotwood; se me figura que conozco ese nombre : ¿no es una señora anciana?

— Sí, sí señor, respondí.

— Así... bastante tiesa... añadió el cochero, enderezándose en el pescante.

— Sí, debe ser ella misma.

— ¿Que lleva un saco?.... un gran saco que cuelga de su cintura? Tiene el carácter brusco y se dirige á uno de sopeton, ¿eh?...

Sentí desfallecer mi corazon, pues creia reconocer el retrato de mi tia.

— Pues bien, escuchadme, continuó el cochero, señalándome con el látigo las alturas de Douvres : tomad por ahí, tirad á la derecha, y paraos junto á las casas cuyas fachadas dan al mar : preguntad allí por miss Trotwood y os darán razon, y aquí teneis un penique para vos, amiguito.