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DAVID COPPERFIELD.

— Pues bien, este muchacho, que ha venido á usurpar el puesto á su hermana, acaba de deciros lo que era Mr. Murdstone, que le han dado por padrastro. No ha podido sufrir á su lado, se ha escapado, y como un pequeño Cain, ha hecho el vago por los caminos.

A su vez, Mr. Dick arrugó el entrecejo al examinarme, para ver si real y efectivamente tenia en la frente la marca del fratricidio.

Pero aun me quedaba algo que decir á mi tia. Le dije que Peggoty se habia casado, y Peggoty no podia pasarse sin su correspondiente discurso :

— Pues y esa mujer que tiene un nombre pagano, que se llama Peggoty, que se entra en la boca del lobo como las demas!... ¡Como si no hubiese podido escarmentar en cabeza agena, al ver que su ama se casaba dos veces! Al menos espero que su marido será uno de esos animales de cuya conducta airada nos dan cuenta diariamente los periódicos, y que la zurrará para enseñarla lo que es el matrimonio.

No pude dejar que tratasen así á mi querida Peggoty, ni oir la expresion de semejante deseo, sin tratar de defenderla :

— Os engañais mi tia, dije : Peggoty es la mejor, la mas fiel, la mas desinteresada de las amigas y de las servidoras. Peggoty me ha querido tiernamente y ha querido siempre á mi madre; ella ha sostenido en sus brazos su cabeza moribunda; ella es quién ha recibido su último beso con su último suspiro.

Aquel recuerdo me turbó hasta tal punto que no pude contar sin tartamudear, cómo Peggoty me habia declarado siempre que su casa era la mia, y que si no hubiera temido ser importuno á su humilde situacion, á ella hubiese acudido antes que á nadie.

No pude continuar, pues mis sollozos embargaron mi voz; oculté el rostro en mis manos y apoyé los codos en la mesa.

— Bien, bien, dijo mi tia; el chico hace bien en defender á los que le han defendido... Juana, ¡los burros!

A no ser por los malditos burros, creo que habia llegado el momento de entendernos; pues mi tia habia apoyado su mano encima de mi hombro, y, alentado por su aprobacion, la hubiera abrazado y suplicado que fuese mi protectora. Pero la interrupcion y los accesos de indignacion que siguieron, como cosa natural despues de cada ataque, alejaron por el pronto toda buena idea : hasta que llegó la hora del té, miss Trotwood no habló á Mr. Dick mas que de los borricos de Douvres y de sus dueños, manifestando la resolucion de dirigirse á los tribunales, á fin de obtener una satisfaccion.

Despues del té nos sentamos al lado de la ventana, y el aire inquieto que tomó mi tia me hizo suponer que vigilaba la invasion; afortunadamente no volvió á aparecer el enemigo, y así que llegó la noche, Juana cerró las persianas, nos colocamos al rededor de una mesa de tric-trac, donde mi tia y Mr. Dick se entretuvieron en hablar. Mi tia, levantando gravemente el índice, dijo á su contrincante:

— Mr. Dick, voy á dirigiros otra pregunta. Mirad este muchacho.

— ¿El hijo de David? respondió Mr. Dick, con su fisonomía atenta y turbada á la vez.

— Sí, exactamente, replicó mi tia; ¿qué hariais con él ahora?

— ¿Que qué haria?

— Sí, señor.

— ¡Oh! dijo Mr. Dick, lo que yo haria... Nada... acostarle.

— Juana, exclamó mi tia con la misma satisfaccion triunfante que ya habia notado, Juanilla, Mr. Dick tiene razon, si habeis hecho ya la cama, vamos á acostarle.

Como la cama estaba dispuesta, segun Juana, me condujeron á ella inmediatamente, con solicitud, como una especie de prisionero, entre mi tia y Juana, mi tia delante y la criada detrás.

La única circunstancia que reanimó mi esperanza, fué que mi tia se paró en la escalera, para preguntar de dónde provenia cierto olorcillo á quemado; Juanilla respondió que habia quemado mi camisa en la chimenea.

El cuarto que me fué destinado no contenia mas ropas para mi uso, que aquellas con que burlescamente me habian ataviado; mi escolta femenina me dejó en compañia de un cabo de vela que me advirtió mi tia, solo debia durar cinco minutos, y ví que cerraron la puerta por fuera.

Al reflexionar en lo que acababa de pasar, saqué en conclusion que, quizás miss Betsey Trotwood no me conocia, suponia que tenia la costumbre de escaparme y tomaba sus precauciones para hallarme al dia siguiente.

El cuarto era lindísimo, estaba situado en el último piso de la casa, y desde allí se veia rielar la luna sobre el mar en todo su esplendor.