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DAVID COPPERFIELD.

excelentes que saben querer y hacerse querer. Aquel dia la temí un poco menos y la quise bastante mas, por mas que se mostrase mas irritada que la víspera, cada vez que los borricos de Douvres empezaban sus incursiones; una nueva afrenta, peor aun que las anteriores, vino á poner término á su indignacion : — un jóven se atrevió, si respetar la dignidad de la casa, á acercarse á la ventana y lanzar unas tiernas miradas á Juanilla, á través de los cristales.

— ¡Queréis marcharos! gritó mi tia enseñándole los puños.

Grande fué mi ansiedad hasta que llegó la respuesta de Mr. Murdstone, pero hice todo lo que estuvo de mi parte para dominarla, á fin de no disgustar á mi tia ni á Mr. Dick : este me hubiese llevado consigo á lanzar la cometa si hubiese tenido un traje á propósito para salir á la calle; pero con aquellos atavíos que tenia, ni siquiera podia pensar en salir de casa durante el dia : mi misma tia me hacia dar un paseo higiénico por la noche; ella misma me llevaba á pasar una hora á las rocas de Douvres, antes de acostarme.

En fin, despues del intervalo necesario, llegó la respuesta de Mr. Murdstone y me informó mi tia; con gran asombro mio y espanto, debia venir él mismo en persona al dia siguiente para hablarle.

Al dia siguiente, siempre con el mismo traje, permanecí toda la mañana sentado en una silla, contando los minutos, agobiado por el conflicto de mis esperanzas y de mi desaliento, mirando hácia la puerta, y estremeciéndome al menor ruido que anunciaba la llegada de alguien.

Mi tia se presentó á mis ojos un poco mas altanera aun y severa que los dias anteriores; no observé, por otra parte, ningun preparativo para recibir la visita tan temida de mí; estaba sentada al