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DAVID COPPERFIELD.

ciada criatura que os cogió por su segundo protector? ¿Creeis que ignoro qué fatal fascinacion debeis haber ejercido sobre la pobre criatura el dia que os encontró en su camino, ella que era buena y afable? ¿no es verdad?... ¡cuando le habeis hecho la córte á fuerza de palabras dulces, de miradas tiernas, de silencio elocuente!...

— Jamás he oido nada mas poético, observó miss Murdstone.

— ¿Creeis, continuó mi tia, que no os conozco perfectamente, ahora que os he oido hablar?... y lo confieso francamente, no es un placer para mí. ¡Oh! sí, ¡bendito sea el cielo! ¡qué amable y tierno era, al principio, el tal Mr. Murdstone! ¡cómo queria á la pobre viuda! y á su hijo tambien le queria, le hallaba muy guapo, prometia ser para él un segundo padre : ¡qué hombre tan amable y encantador! Con él, la vida seria color de rosa, ¿no es verdad, Mr. Murdstone? ¿Se me figura que os reconoceis en mi retrato?

— ¡Jamás he oido á una mujer semejante! exclamó miss Murdstone.

Pero mi tia estaba resuelta á decir hasta lo último.

— En fin, prosiguió ella, la pobre criatura cayó en la red : ya está el pájaro encerrado; ahora se trata de domesticarle; es preciso enseñarle á cantar vuestro repertorio, es preciso que obedezca al llamamiento, y, para eso, no se le alhaga, se le hace comprender con quién tiene que habérselas.

— Pero esto es ó la embriaguez ó la borrachera, dijo miss Murdstone, irritada de que mi tia le despreciase de aquel modo... ¡Debe ser la embriaguez!

Pero mi tia, sin ocuparse ni de la interrupcion ni de la que la hacia, pasó del apólogo al apóstrofe directo y entero, y continuó cada vez mas indignada :

— Mr. Murdstone, habeis sido el tirano de este niño sencillo é inocente; habeis desgarrado su corazon, que era amante, sí; lo sabia y conocia quizás antes que vos, que habeis abusado de su misma debilidad y le habeis hecho morir. Hé aquí la verdad, tanto peor si no os agrada; yo, yo misma os la digo, á vos y á vuestros cómplices.

— Permitidme que os pregunte, señora, replicó miss Murdstone volviendo á la carga, ¿qué es lo que entendeis por eso de «cómplices de mi hermano», para servirme de vuestras mismas palabras escogidas?

Pero miss Betsey, sorda siempre á aquella voz, habia resuelto anonadar á Mr. Murdstone, que seguia callado.

— El cielo lo ha querido sin duda, dijo, y debemos respetar los decretos de la Providencia, por mas que no pueda comprender que la desgracia hiera así á pobres y débiles criaturas... Adiviné que la pobrecilla se dejaria engañar mas pronto ó mas tarde, y se casaria en segundas nupcias; pero no esperaba que la cosa concluyese tan mal. Quiero hablar, Mr. Murdstone, de la noche en que dió vida á este niño... á esa pobre criatura que debiais proteger, y que tan cruelmente habeis atormentado, que el recuerdo de vuestra propia persecucion os hace su vista tan odiosa... Sí, sí, por mas que trateis de sonreiros, bien sabeis que digo la verdad : no podeis negarlo, no.

A estas palabras miré á Mr. Murdstone, y conocí que en efecto, al querer sonreir, solo habia palidecido y contractado sus negras cejas. Ya estaba cerca de la puerta, no pudiendo apenas respirar.

— Adios, le dijo mi tia, comprendiendo que era ya tiempo de que le dejase partir. Adios tambien, señora. Si os cojo otra vez pasando en burro á través de mi prado, me encargo yo misma de haceros saber á quién pertenece.

El gesto que acompañó á esta última frase indicaba claramente que si miss Betsey no se creia precisamente con el derecho de decapitar á la delincuente, podria provisionalmente arrancarle su sombrero y pisotearlo.

Seria preciso ser un pintor de habilidad para pintar fisonomia y el gesto de mi tia, lo mismo que la impresion que produjo aquella inesperada amenaza en el rostro de miss Murdstone. Esta se quedó como aterrada, ella que hacia un momento parecia haberse asombrado de la humillante y muda resignacion de su hermano : sin tener, lo mismo que él, la fuerza de replicar, pasó su brazo al rededor del suyo, y ambos, afectando ir con la cabeza erguida, salieron de la casa.

En cuanto á mi tia, fué á ponerse á la ventana, dispuesta á hacer lo que habia dicho si volvia á aparecer un burro. Pero miss Murdstone, despues de haber satisfecho el capricho de pasearse en burro desde la playa hasta casa de miss Betsey, no habia encargado cabalgadura para el regreso.

Como no pareció ningun borrico, se calmó mi tia, y poco á poco su mirada se volvió tan dulce que tuve el atrevimiento de darle las gracias. Su