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DAVID COPPERFIELD.

teresaba demasiado en el diccionario de raices griegas, á pesar del trabajo que se tomaba el doctor en explicarle la importancia y enseñarla los primeros rudimentos.

Mistress Strong me habia cobrado afecto desde el dia en que Mr. Wickfield me presentó al doctor, y jamás dejó de demostrármelo. Queria mucho á Inés y la visitaba con frecuencia; pero Mr. Wickfield le causaba un miedo visible á que no podia sobreponerse.

Cuando venia á ver á Inés por las noches, esquivaba que le acompañase el abogado, prefiriendo apoyarse en mi brazo para volver á su casa : echaba á correr alegremente conmigo, mientras Mr. Wickfield buscaba su sombrero. Algunas veces, al atravesar así corriendo el patio de la catedral, encontrábamos á Jack Maldon, aquel primo que el doctor habia recomendado á Mr. Wickfield, y que parecia sorprenderse cada vez que nos veia.

Tambien me gustaba el trato de la madre de mistress Strong. Aunque se llamaba mistress Markleham, los colegiales la denominaban el General-Viejo, á causa del talento estratéjico con que hacia maniobrar los batallones de parientes contra el doctor. Era una mujer pequeña de estatura, de mirada penetrante, que, creyéndose obligada á vestirse para la hora del té, se ponia un sombrero con flores artificiales, y dos mariposas artificiales tambien, que revoloteaban por cima de las flores. Todos creíamos que Francia era la procedencia de aquel sombrero, aunque su invencion no era debida á ningun artífice francés. Sin meternos á averiguar su origen, aquel sombrero era una obra maestra del arte : piadosamente encerrado en la sombrerera durante el dia, no se exhibia sino para que brillaran á la luz de las bugías de la sala las alas metálicas de las dos mariposas, que temblaban en perpétua agitacion.

Estudié al General-Viejo mas atentamente, en una pequeña fiesta que dió el doctor, con motivo de partir á la India Jack Maldon, quien gracias á Mr. Wickfield habia hallado no sé qué empleo: coincidia aquel dia con el del aniversario del doctor. Habiamos tenido asueto, le habiamos hecho mil presentes aquella mañana, y tanto le vitoreamos y aplaudimos, que todos estábamos roncos : el pobre viejo lloró de alegría.

Cuando llegamos á su casa, Mr. Wickfield, Inés y yo, hallamos allí al primo Jack que se nos habia adelantado.

Mistress Strong, con un vestido blanco y con lazos encarnados, estaba sentada al piano, y su primo le volvia las hojas de música. Cuando se volvió para saludarme creí notar que la jóven no tenia su frescura de ordinario, pero aun así y todo estaba lindísima.

— He olvidado, doctor, dijo la madre de mistress Strong, así que nos hubimos sentado, cumplimentaros por este dia ; no quiero que creais vanos mis cumplimientos, no : os deseo que veais otros muchos con felicidad...

— Os doy un millon de gracias, respondió el doctor.

— Otros muchos con felicidad, continuó el Viejo-General, no tan solo por vos, sino por Anita, por Jack Maldon y por otros muchos. Aun me parece que era ayer, Jack, cuando erais un muchachuelo, como que no le llegabais al hombro á Mr. Copperfield, y haciais la corte á mi Anita, á la sombra de los árboles del jardin.

— Querida mamá, dijo mistress Strong, no hablemos de eso.

— Anita, hija mia, no seais absurda, replicó la madre; vais á avergonzaros de que se recuerden estas niñerías, ahora que sois toda una madre de familia? ¿una vieja, por decirlo así?

— ¡Vieja! exclamó Jack Maldon! ¡Anita una vieja! Vaya.

— Sí, Jack, prosiguió el General-Viejo, Anita es una antigua casada. No decia vieja por la edad... pues no puede serlo ninguna mujer á los veinte años. Vuestra prima, Jack, es la esposa del doctor, y hablo de ella en ese concepto. Podeis felicitaros, Jack, que vuestra prima sea la esposa del doctor; en él habeis hallado un amigo servicial é influyente, que cada vez será mas bondadoso para con vos si os haceis acreedor, al menos así lo espero. No tengo orgullo, no, y por lo mismo no tengo ningun inconveniente en manifestar que algunos individuos de nuestra familia necesitan de un protector. Perteneceis á ese número, Jack, ó perteneciais, mejor dicho, antes que el crédito de vuestro primo os procurara una proteccion.

El doctor, siempre generoso y bueno, indicó por medio de un gesto, que á su parecer no era necesario hablar de lo que habia hecho, y hubiese querido evitar á Jack Maldon aquel llamamiento á la gratitud. Pero mistress Markleham se levantó de su silla para instalarse en otra al lado del doctor, y apoyando el abanico en su brazo añadió: