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DAVID COPPERFIELD.

don. El buen doctor lo achacó á los nervios, y propuso una partida de boston.

Conocia tanto aquel y otros juegos de naipes como tocar la trompa de caza y el trombon; pero la suegra le tomó de compañero, despues de haberle hecho vaciar entre sus manos todo el contenido de su bolsillo. La partida fué sumamente divertida, y las equivocaciones del doctor contribuyeron no poco á ello, á pesar de las observaciones del General-Viejo.

Mistress Strong no jugó, ni tampoco Jack Maldon, que le hizo compañía en el sofá. Sin embargo, de vez en cuando se acercó al doctor para aconsejarle; estaba sumamente pálida, y me pareció que temblaba su mano cuando señalaba una carta con el dedo; pero el doctor era tan feliz al ver la solicitud que le demostraba, que ni siquiera lo notaba.

La cena fué menos alegre : la idea de una marcha próxima produce siempre semejante efecto en una comida de familia.

La suegra no consiguió alegrar los ánimos recordando sin cesar las anécdotas de la adolescencia del querido primo.

Llegó por fin el momento de la separacion, y el querido primo recibió el adios de todo el mundo; yo fuí uno de los que le acompañaron hasta la silla de posta que debia conducirle á Gravesend, donde iba á embarcarse. Cuando subió á ella se me figuró notar no sé qué cosa roja alrededor de su muñeca.

Al volver al salon hubo gran alarma : mistress Strong se habia desmayado, y volvia en sí con mucha dificultad.

El buen doctor exclamó :

— ¡Pobre Anita! ¡es tan tierna y cariñosa, que todo esto proviene de la marcha de su amigo de infancia, de su primo favorito; qué desazon para ella y para mí!

— Ya estoy mejor, decia mistress Strong, apoyando y ocultando su rostro en el hombro del buen doctor, que hizo que se echara encima del sofá.

— Mi querida Anita, exclamó de repente su madre, arreglándole su tocado; habeis perdido un lazo... ¿Quién ha encontrado un lazo encarnado?

Yo, lo mismo que los demas, buscamos por todas partes, pero no hallamos nada.

Mientras tanto mistress Strong habia recobrado el conocimiento y estaba muy pálida.

Cada cual se retiró.

Mr. Wickfield, Inés y yo regresamos lentamente á nuestra casa; Inés y yo admirando la claridad de la luna, y Mr. Wickfield con los ojos inclinados al suelo.

Dia llegará tal vez que cuente por qué he tomado acta de todos aquellos pequeños detalles y de otros muchos que me hubieran sido difíciles de explicar con claridad entonces, por mas que me causaron cierta impresion.

XVI
UN ENCUENTRO.

Desde mi desercion del almacen Murdstone y Grinby no he tenido ocasion de volver á hablar de mi querida Peggoty.

Como es consiguiente, así que se me recibió en casa de mi tia y esta me aseguró su proteccion, escríbile todos los incidentes de mis aventuras.

Así que me instalé en casa de Mr. Wickfield, participéle por medio de una carta aquella nueva fase de mi feliz destino; hubiese creido emplear muy mal el dinero que se empeñó en darme Mr. Dick no enviando por el correo a Peggoty la media guinea que me habia prestado, antes de gastar un solo chelin; entonces le conté el robo de que habia sido víctima.

Peggoty respondia á todas mis epístolas con la exactitud, ya que no con el laconismo, de un empleado de comercio; sus frases no eran quizás de una gran claridad; algunos borrones de tinta y señales evidentes de lágrimas hubieran podido parecer á otro que no hubiera sido yo una complicacion geroglífica; pero mi corazon adivinaba todo lo que no podia descifrar mi inteligencia.

Comprendí en medio de aquellas repeticiones y reticencias que Peggoty tenia aun cierta prevencion contra mi tia.

No se pasa sin transicion de un extremo á otro. « Es muy difícil conocer á fondo una persona », me decia; sin embargo, me suplicaba que saludase en su nombre á mistress Betsey, pero tímidamente, como á cualquiera que le causase miedo; temia, en fin, que tarde ó temprano me escapase de nuevo.