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DAVID COPPERFIELD.

Así interpreté, al menos, su afectacion al repetir que si tomaba la diligencia de Yarmouth estaba dispuesta á pagar mi asiento.

Peggoty me dió una noticia que me entristeció no poco : el mueblaje de nuestra casa se habia vendido en subasta, y hasta la misma casa estaba de venta y ya no vivian en ella Mr. y miss Murdstone.

Bien sabe Dios que mientras ellos hubieran permanecido allí, yo no hubiera traspuesto el umbral de la puerta; pero me era muy sensible figurarme el hogar de mi familia abandonado de aquel modo, creciendo la yedra por todas partes y desapareciendo las calles del jardin.

Mil veces creí oir el viento de invierno mugir entre las paredes y la lluvia azotar las ventanas; veces mil la luna evocó en mí fantasmas que aparecian en las habitaciones solitarias; la casa me la imaginaba como muerta, tan triste como la tumba en que reposaban las cenizas de mi padre.

Las cartas de Peggoty me tenian al corriente de los acontecimientos de su casa, donde siempre me esperaba mi cuartito.

Me decia que Mr. Barkis era un excelente marido, aunque un tanto roñoso, pero ¿por desgracia cada cual no tiene sus defectos? Ignoro cuáles eran. En todas las cartas Mr. Barkis me escribia una postdata, saludándome particularmente, lo mismo que Mr. Peggoty, Cham, mistress Gummidge y Emilia.

Comunicaba todas estas nuevas á mi tia, pasando muy por alto el nombrar á Emilia, porque instintivamente sentia que la buena señora no era de mi modo de pensar respecto á la pupila de Mr. Daniel.

Miss Betsey no me perdia de vista en mis estudios; venia con frecuencia á Cantorbery, muchas veces sin decir nada, á fin de sorprenderme y cerciorarse por si misma de que aprovechaba el tiempo. Como durante el primer año aquellas sorpresas fueron en mi favor, mi tia, al ver que todos me elogiaban y que era realmente un buen estudiante, dejó de ir con tanta frecuencia.

Cada quince dias veia á Mr. Dick, que llegaba por la diligencia los miércoles á las doce, y no se marchaba hasta el jueves por la mañana. Viajaba con una gran cartera de piel, que contenia una copia de la famosa memoria que, segun él, tiempo era ya de terminarla.

A Mr. Dick le gustaba mucho el pan de especias. Para que sus visitas fuesen mas agradables, mi tia le habia abierto un crédito en una tienda cuyo dueño estaba prevenido que no debia fiar mas allá de un chelin por dia. Semejante precaucion limitaba la cuenta de gastos en la posada en que pasaba la noche, de lo cual saqué en conclusion que Mr. Dick tenia el derecho de llevar el bolsillo bien repleto, aunque no de gastar aquel dinero que hacia resonar con tanto orgullo.

Mi tia arreglaba su presupuesto como un verdadero ministro de hacienda, y como no tenia idea ninguna de engañarla, sus capitales eran realmente inagotables.

Respecto á esto, como á todo lo demas en general, Mr. Dick estaba convencido de que mi tia era la mujer modelo por excelencia.

Así no supe qué pensar cuando un miércoles por la noche me dijo aparte y con un aire de misteriosa confianza :

— Mi querido Trotwood, ¿quién podrá ser el hombre que se oculta cerca de nuestra casa y mete miedo á vuestra tia?

— ¿Que mete miedo á mi tia?

— Sí, creia que nada le causaria miedo; porque, segun sabeis, es la mujer mas extraordinaria de la tierra. La primera vez que vino aquel hombre, prosiguió Mr. Dick observando el efecto que producia en mí, fué... esperad... fué... ¿En qué año ejecutaron á Cárlos I? El año 1619, ¿no es esto?

— Sí, 1649.

— No sé cómo puede ser esto, añadió Mr. Dick con aire de duda, pues se me figura que no soy tan viejo.

— ¿Entonces ese hombre apareció por primera vez en 1649?

— Os confieso, mi querido Trotwood, que no comprendo cómo pudo ser aquel año, y sin embargo es la fecha histórica.

— Sí.

— Y supongo que la historia no miente nunca, dijo Mr. Dick con cierta esperanza.

— ¡Oh! no, jamás! repliquéle con seguridad...

Era jóven é inocente y lo creia de buena fé.

— ¡Pues bien! entonces, añadió Mr. Dick meneando la cabeza, no sé cómo explicar esto. Ahí hay algo de extraordinario; pues al poco tiempo de haberme trasmitido, no sé por qué equivocacion, parte de los temores de Cárlos I, vino ese hombre por vez primera. Me paseaba con mistress Trotwood, despues del té, al anochecer... le vimos cerca de casa...