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DAVID COPPERFIELD.

quiero herir á mi superior por demasiados conocimientos. Si alguna vez llegase á ser algo, quiero que sea modestamente... Gracias; aquí teneis mi modesta vivienda, Mr. Copperfield.

Franqueamos la puerta y penetramos en una habitacion del piso bajo, medio cocina, medio sala, cuyas ventanas caian á la calle. Allí hallé á mistress Heep, verdadero retrato de su hijo, tan humilde como él, deshaciéndose en excusas y pidiéndome perdon de besar á su hijo en mi presencia, al mismo tiempo que me hacia observar que los pobres abrigaban los mismos sentimientos que los ricos.

Mistress Heep llevaba aun las tocas de la viudez, quizás por humildad, á pesar del tiempo trascurrido desde la muerte de su marido.

La tetera y las tazas se hallaban ya sobre la mesa.

— Mi querido Uriah, dijo mistress Heep al mismo tiempo que hacia el té, hoy será un dia memorable para nosotros, puesto que se digna honrarnos con su presencia Mr. Copperfield.

— Eso es precisamente lo que le he dicho, madre mia, respondió Uriah; y los cumplidos empezaron de nuevo.

Aunque aquello me avergonzaba un poco, debo decir, en honor de la verdad, que no me desagradó el verme tratado como huésped de distincion, y que mistress Heep me pareció una viuda muy agradable aun.

La madre y el hijo aumentaron cada vez mas sus obsequios y me ofrecieron respetuosamente los mejores pasteles que habia en la mesa, en seguida me hicieron hablar, ya de mi tia, ya de mi padrastro, respecto al cual fuí muy circunspecto : asimismo se habló de Mr. Wickfield y de Inés. ¡Ah! la madre y el hijo tenian una buena táctica contra mi juvenil franqueza.

Al cabo noté, al ver las miradas que Uriah lanzaba á su madre, que habia hablado demasiado, y deseaba terminar mi visita, cuando al volver la cabeza hácia la calle ví pasar y repasar dos ó tres veces á un hombre que me habia distinguido y queria verificar mi identidad.

Hacia calor; no tan solo estaba abierta la ventana, sino tambien la puerta, y el misterioso personaje se detuvo al fin y exclamó :

— ¡Copperfield! ¿Será posible?

Era Mr. Micawber; sí, Mr. Micawber con sus anteojos, su baston, sus almidonadas tirillas, su aire afable, su acento solemne y amistoso á la vez, en una palabra, Mr. Micawber en cuerpo y alma.

No me encantaba demasiado un encuentro parecido; pero tampoco me incomodaba mucho hallarle, así es que le alargué cordialmente la mano y le pregunté por su esposa y por toda su familia.

— Dispensad una pregunta, dijo con su énfasis gracioso, ¿antes de sacrificar en aras de la amistad, soy indiscreto? Tendré gran honra en ser presentado á las personas en cuya casa encuentro á mi amigo.

No pude menos de introducir á Mr. Micawber. Mistress Heep y Uriah declararon que eran humildemente felices recibiéndole y ofreciéndole una taza de té. Pero mi apuro no tardó en aumentar cuando Mr. Micawber me preguntó si continuaba en el comercio de vinos.

— No, me apresuré á responderle, soy uno de los discípulos del doctor Strong.

Entonces Mr. Micawber empezó á deshacerse en cumplidos, y añadió se alegraba que cultivase una imaginacion tan rica como la mia.

— Ya iré á ver á mistress Micawber, le dije para alejarle.

— Haréisla gran favor, mi querido amigo, respondióme. ¡Ah! no me avergüenzo de confesar aquí que en la vida he tenido que pasar por situaciones sumamente difíciles; pero siempre he tenido el consuelo de hallar una verdadera compañera en mistress Micawber, sin contar la amistad que me habeis profesado.

Mr. Micawber concluyó aquella doble alabanza á la afeccion conyugal y á la amistad diciendo :

— Buenas noches, Mr. Heep; señora, reconocedme como un servidor.

Luego, saludando con suma urbanidad, salió conmigo, haciendo resonar los tacones de las botas y tarareando una cancion.

La familia Micawber se hallaba viviendo en una posada de modesta apariencia, y mistress Micawber se sorprendió agradablemente al verme.

— Amiga mia, le dijo Mr. Micawber, dispensadme si bajo á leer un periódico y os dejo sola con el discípulo del doctor Strong.

El pobre hombre creia que era de buen tono darme aquel nuevo calificativo. Mistress Micawber me refirió cómo habia fracasado la esperanza que les llevó de Lóndres á Plymouth. La colocacion en la aduana que esperaban fué dada á otro individuo, en vista de lo cual, Mr.