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DAVID COPPERFIELD.

Micawber quiso ocuparse en el comercio de carbones, pero tuvo una nueva decepcion pues le era preciso cierto capital. En aquel momento llegó el marido y deploró con su mujer la falta de cierta cantidad que les reducia á las mas duras extremidades. Concluyó sus lamentaciones con estas palabras :

— ¡Ay! mi querido Copperfield, ¿querreis creer que hace tres dias espero de Lóndres una cantidad insignificante para pagar los gastos de nuestro pupilaje?... Afortunadamente, en caso muy apurado, queda un último recurso : un hombre tiene aun amigos desde el momento que posee dos navajas de afeitar.

Al oir esta horrible alusion al suicidio, mistress Micawber echó sus brazos al rededor del cuello de su marido y le suplicó que se calmase. Lloró de ternura, pero recobró su presencia de ánimo hasta tal punto, que llamó al camarero de la fonda y encargó para el almuerzo del dia siguiente un plato de langostines y un pudding con riñones.

Al despedirme de ellos, insistieron de tal modo para convidarme á comer en su compañía antes de su marcha, que no pude rehusar y acepté para el sábado, dia en que Mr. Micawber esperaba recibir fondos de Lóndres.

Al dia siguiente, me hallaba á la ventana, y ví pasar por la calle con una mezcla de sorpresa y de enojo, á Mr. Micawber y Uriah, que iban del brazo y muy amigos al parecer : Uriah parecia humildemente sensible por tanto honor y el otro encantado al proteger á Uriah : pero mayor fué mi sorpresa al saber el sábado, por boca del mismo Mr. Micawber, que este habia pasado la noche en casa de Uriah Heep, donde bebió un aguardiente superior.

— Os diré, añadió Mr. Micawber, que vuestro amigo Uriah Heep es un jóven que podria ser procurador general; sí, mi querido Copperfield, si hubiese conocido este jóven en la época crítica de mis negocios, creo que mis acreedores hubiesen sido mejor tratados que no lo fueron.

No me atreví á pedirle que me explicase el medio de contentar á los acreedores, ni a decirle no dudaba que no hubiese estado demasiado comunicativo, ni informarme de si habian hablado mucho de mí. Temia herir la susceptibilidad de Mr. Micawber, ó mejor dicho, la de su mujer, que era mucho mas redicha; pero me inquietó no poco, y mas de una vez pensé en ello despues.

Sirvieron una buena comida, compuesta de un buen plato de pescado, un asado de ternera, salchichas fritas, una perdiz y un pudding, con su correspondiente vino y cerveza : enseguida de la comida me dieron un ponche caliente preparado por mistress Micawber.

El marido se mostró durante la comida sumamente galante; jamás le ví tan fino. Alegre y sentimental á la vez, manifestó su entusiasmo por su estancia en Cantorbery y brindó á la prosperidad de aquella ciudad donde habia pasado algunas horas tan agradables : tambien brindó á mi salud y me recordó nuestras buenas relaciones de otros tiempos; á mi vez eché un brindis por mistress Micawber, y á propósito de esto, su marido pronunció un discurso jaculatorio, diciendo que su mujer habia sido su guia, su oráculo y su fiel compañera.

— Copperfield, exclamó, cuando esteis en edad de casaros, os aconsejo que elijais una mujer como ella, si es que hay una igual en el mundo.

Animándonos cada vez mas, á medida que se acababa el ponche, cantamos la antigua cancion escocesa, Auld lang syne, y nos enterneció hasta hacernos llorar, pero sin darnos cuenta de si la comprendiamos ó no bien.

En una palabra, la noche fué alegre y completa; me despedí cordialmente de Mr. Micawber y de su esposa, y me hallaba muy lejos de sospechar que á la mañana siguiente, á las siete, recibiria la siguiente carta, fechada la víspera á las nueve y media, quince minutos despues que me hube separado de ellos.

« Mi querido amigo:

« La suerte está echada y ya no queda esperanza; disimulando las angustias y la inquietud bajo la máscara de la alegría, no os he revelado hoy que los fondos que esperaba de Lóndres no han llegado ni llegarán. En esta situacion, que humilla por su prolongacion y que no se puede contemplar sin que la vergüenza empañe mi rostro, he pagado mi cuenta de la posada con una letra de cambio, á catorce dias fecha, pagadera en mi domicilio de Pentonville de Lóndres. — Cuando se presente al cobro no podré pagarla; el resultado será mi perdicion : el rayo amenaza al árbol y el árbol debe caer.

« Que el desgraciado que os escribe, mi querido Copperfield, os sirva de faro en la vida; con esa in-