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DAVID COPPERFIELD.

ocupacion; me contemplo feliz cuando veo y saludo una vez al dia al dueño de mi corazon. Tengo permiso para saludarla cuando está en casa de su padre y merezco de cuando en cuando que se me devuelva el saludo. Si hubiese justicia en este mundo, que segun un filósofo es el mundo de las compensaciones, deberia ser resarcido por las agonías que sufro en los dias que hay baile público, donde sé que miss Larkins bailará con los oficiales.

Mi pasion me quita el apetito y me obliga á ponerme todos los dias mi mejor corbata y mi frac nuevo, amen de obligarme á lustrarme las botas sin cesar. De este modo me figuro ser enteramente digno de miss Larkins; estimo cuanto le pertenece y tiene relacion con ella. Mr. Larkins es para conmigo el mas interesante de los padres. — Mr. Larkins es un señor gordo y de pocas palabras, con doble pestorejo y un ojo que amenaza la catarata; — si no puedo hallar á su hija busco al padre allí donde creo que está; me intimida hasta tal punto que no puedo preguntarle sin ponerme colorado :

— ¿Cómo estais, Mr. Larkins? ¿y la niña y demas familia?

Mi edad me preocupa extraordinariamente y razono así á propósito de mis diez y siete años : Verdad es que solo cuento diez y siete años, y soy demasiado jóven para ella, pero ¿eso qué importa? ¿no cumpliré veintiun años bien pronto?

Casi todas las noches me paseo por enfrente de la casa de mi amada, por mas que sufra mi corazon al ver entrar los oficiales, y oirles en el salon, mientras que ella toca el arpa. Algunas veces dan las doce de la noche y aun me paseo por la calle, con los ojos fijos en las ventanas; me pregunto cuál es la del cuarto de miss Larkins, y me desconsuelo al suponer que tal vez mis suspiros se dirigen á las del padre. Deseo con toda mi alma que estalle un incendio; acudiria la muchedumbre, pero se detendria espantada delante del peligro, entonces yo, yo solo, apoyaria la escala contra las ventanas de miss Larkins, y me precipitaria en su euarto, la salvaria en mis brazos; volveria para buscar cualquier objeto que ella hubiese olvidado y pereceria en medio de las llamas; pues, en general, soy un enamorado lleno de abnegacion, y se me figura que me contentaria con hacer el papel de héroe á los ojos de miss Larkins antes de morir á sus piés... He dicho : generalmente, que no es lo mismo que siempre. Algunas veces me enagenan las visiones mas seductoras. Cuando me ocupo de mi tocado, que me lleva dos horas, para acudir á algun gran baile que da Mr. Larkins, y que espero con ansiedad durante tres semanas, me entrego á toda clase de ilusiones. Hasta se me figura tener el valor suficiente para hacer una declaracion á miss Larkins, y tambien me imagino que mi bella me responde, con la cabeza inclinada sobre mi hombro : ¡Oh! ¿Mr. Copperfield, será verdad lo que oigo? Imagínome á Mr. Larkins que viene á buscarme al dia siguiente y que me dice : Amigo mio, mi hija me lo ha revelado todo, no es un obstáculo vuestra edad; aquí teneis veinte mil libras esterlinas por su dote, sed felices. Y tambien veo que mi tia accede á este enlace y nos echa su bendicion, y á Mr. Dick y al doctor Strong asistiendo á la ceremonia. Sin embargo, á pesar de ser, en mi opinion, un jóven de buen sentido y modesto, me dejo acariciar estando despierto, por estas ilusiones.

Pero llega el dia del baile : me dirijo á la casa, con el corazon henchido de gozo, y allí, en medio de las luces, la música, las flores y la animada conversacion, brilla en todo su esplendor la interesante miss Larkins...

Pero, ¡ay! tambien los militares han recibido esquelas de convite y están allí.

Miss Larkins lleva un vestido azul y del mismo color son las flores de la cabeza, — miosotis ó no me olvides... Teme que la olviden. Es la primera vez que asisto á un baile de etiqueta, y no sé cómo ocultar mi cortedad, pues se me figura que no conoceré á nadie ni podré hablar con ninguno, escepto con Mr. Larkins que me pregunta cómo siguen mis condiscípulos... cuestion insolente, pues significa que no soy mas que un colegial. Despues de haber permanecido largo rato inmóvil, y apoyado en la puerta, admirando á la señora de mis pensamientos, esta se acerca á mí y me dice con una sonrisa llena de gracia:

— ¿No bailais?

Saludo y respondo tartamudeando :

— Con vos, miss Larkins.

— ¿Con nadie mas? añade de nuevo; á lo cual respondo :

— No tendria gusto en bailar con cualquier otra como persona.

La jóven se sonrie y se pone encendida — ó al menos así me lo figuro, y ella me dice :

— Despues de esta contradanza tendré mucho gusto en bailar con vos.