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DAVID COPPERFIELD.

Acabada la contradanza me presento.

— Es un vals, observa miss Larkins con aire de duda. ¿Valsais?... si no, el capitan Barley...

Pero afortunadamente sé valsar bastante bien, y me apodero de miss Larkins á pesar del capitan Barley, que estaba allí, á su lado, pronto á reemplazarme. Ciertamente que aquello le humilla al capitan, que se queda muy triste, pero ¿á mi qué me importa eso? Tambien yo lo estaba antes. Valso con ella, no sé donde nos hallamos; lo único que sé es que giro en el espacio con un ángel azul, en un éxtasis encantador. Despues del vals, he seguido á miss Larkins á un gabinetito donde me siento con ella en un sofá. La jóven admira una flor que llevo al ojal de mi frac, una camelia japonesa que me ha costado media corona; se la doy diciendo :

— Pido en cambio una cosa que no tiene precio, miss Larkins.

— ¿Y qué es ello? sepamos, replica mi encantadora ninfa.

— Una de vuestras flores, que guardaré como un tesoro inestimable.

— ¡Sois atrevido! me dice la jóven, pero... tomad!

Y me dá aquella flor sin enfadarse al parecer; la llevo á mis labios y la guardo en mi pecho. Miss Larkins se sonrie, me coge del brazo y me dice :

— Ahora, acompañadme hasta donde está el capitan Barley.

Me hallo aun sumido en el mas delicioso éxtasis, acordándome del vals, cuando miss Larkins se acerca á mí del brazo de un caballero de unos cuarenta años, que ha jugado al whist toda la noche y le dice :

— ¡Ah! aquí está mi atrevida pareja... Mr. Copperfield, Mr. Chestle desea conoceros.

Adivino que el tal Mr. Chestle es un amigo de la familia, y me complace mucho que así se ocupen de mí.

— Admiro vuestro gusto, caballero, dijo Mr. Chestle; y habla en vuestro favor. Supongo que no os interesais demasiado en el lúpulo; pero poseo algunas tierras sembradas de él en los alrededores de Ahsford... Si alguna vez pasais por allí, tendremos mucho gusto en recibiros.

Díle las gracias mas cordiales á Mr. Chestle y cambié con él un apreton de manos.

Se me figura ser aun el juguete de un sueño encantador : sigo valsando con mi adorada, que dice que valso admirablemente. Una vez que vuelvo á casa y me acuesto me imagino que bailo aun rodeando con mi brazo el talle de mi querida divinidad. Durante los siguientes dias me embebo en los mas halagüeños pensamientos. Pero no hallo á miss Larkins en la calle, y cada vez que voy á visitar á su padre, ella se encuentra ausente. Me consuela en parte el trofeo que llevo en mi corazon desde la noche del baile, la flor marchita.

— Trotwood, me dijo una noche Inés despues de comer, ¿a qué no adivinais quién se casa mañana? Una persona que admirais en sumo grado.

— Supongo que no sois vos, Inés.

— ¡Yo! respondióme alzando la cabeza y sonriendo : ¿no lo oís, padre mio? No, es la mayor de las hijas de Mr. Larkins.

Apenas si tuve la fuerza necesaria para preguntar :

— ¿Y con quién... se casa? ¿con el capitan Barley?

— No tal, no es un capitan : se casa con Mr. Chestle, el rico cultivador de lúpulo.

Durante una ó dos semanas estuve sumamente apocado. Me despojé de mi sortija, me vestí con mis trajes mas humildes, no me puse pomada y miré alguna que otra vez con cierto dolor la flor marchita de miss Larkins.

Luego, cansado de una vida tan monótona y habiendo recibido una nueva provocacion del carnicero, me fuí á batir con él, y por aquella vez obtuve la revancha.

Pero pronto cumpliré diez y siete años, y en prueba de ello llevo de nuevo mi sortija y me pongo pomada.

XVIII
ME CREO TODO UN HOMBRE.


No podré definir exactamente la mezcla de tristeza y placer que experimenté al ver llegar el término de mi vida de colegial y el momento de salir del colegio del doctor Strong. Allí habia vivido feliz, sintiendo una afeccion sincera hácia el doctor, y viéndome distinguido y hasta eminente en aquella reducida esfera; hé ahí por qué estaba triste. Pero tambien tenia razones, quizás un poco