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DAVID COPPERFIELD.

mi tia, no en lo físico, sino en lo moral, pues respecto á la parte física os encuentro bien... es un hombre de carácter, de mucho carácter, con voluntad propia, un hombre resuelto, añadió mi tia meneando la cabeza y enseñándome el puño, un hombre determinado, enérgico, que resista á cualquiera influencia, excepto á la de la razon, que no se deje dominar por nadie; eso es lo que quiero que seais, lo que debieron ser vuestros padres, y de ese modo bien sabe Dios que hubieran sido mas felices.

Le respondí que contaba ser lo que ella queria.

— A fin de contar con vos mismo para obrar así, replicó mi tia, quiero que emprendais el viaje solo. En un principio pensé enviar en vuestra compañía á Mr. Dick, pero lo he reflexionado y creo que será mejor que se quede á mi lado para cuidarme.

Mr. Dick pareció contristarse; pero la honra de cuidar á la mujer mas asombrosa del mundo, hizo asomar la sonrisa á sus labios.

— Ademas, prosiguió mi tia, su memoria...

— ¡Oh! ciertamente, exclamó Mr. Dick, quiero, amigo Trot, que se acabe en seguida... es preciso... y ya sabeis lo que resultará... ¿verdad?... repitió Mr. Dick sin acabar su frase, pues quizás él mismo lo ignoraba.

Para ejecutar el plan de mi tia, tratóse de equiparme inmediatamente. Al despedirme de ella, la buena señora me entregó una bolsa bien repleta.

— Os recomiendo, me dijo, que permanezcais algunos dias en Lóndres, bien sea á la ida ó á la vuelta. Teneis ámplia libertad y podeis disponer de tres ó cuatro semanas : divertíos bien, sed precavido y escribidnos un dia sí y otro no.

Tal fué su despedida y sus buenos consejos en conjunto, pues abrevio un poco su leccion.

Me dirigí primero á Cantorbery para despedirme de Inés, de Mr. Wickfield y del buen doctor Strong.

Inés se alegró mucho al verme, y me dijo que desde que yo me habia marchado faltaba animacion en la casa gótica.

— Os aseguro, Inés, le respondí, que tambien á mí me falta algo, y que lejos de vos creo haber perdido mi brazo derecho. Y aun digo poco, porque ni mi corazon ni mi cabeza están en mi brazo. Todos cuantos os conocen, Inés, os consultan y escogen como égida.

— Todos cuantos me conocen me miman, dijo Inés sonriendo.

— Eso consiste en que no os pareceis á nadie, vos tan buena, tan amable, de un carácter angelical y que siempre teneis razon.

— Hablais, dijo Inés sonriendo de nuevo, y por aquella vez con cierta malicia, como si fuese miss Larkins, de feliz recuerdo.

— No sois generosa abusando de mis confidencias, dije poniéndome colorado al recordar á mi ángel azul, pero no por eso dejareis de ser mi consejera : jamás podré pasarme sin vuestros consejos; ya me suceda alguna desgracia, ya me enamore, no podré menos de preguntaros vuestro parecer, y lo aceptaré si quereis honrarme con él.

— ¿Cómo no? pero á propósito, en una ocasion os habeis enamorado de veras, dijo Inés sonriendo siempre.

— ¡Oh! dije sonriendo á mi vez, aunque un tanto confundido, he amado como un chiquillo, como lo que era, un colegial. Los tiempos han cambiado mucho, y se me figura que no tardaré en enamorarme sériamente. Lo que me extraña, Inés, es que no ameis aun sériamente.

Inés se echó á reir como antes y meneó la cabeza.

— ¡Oh! continué, bien sé que no amais, porque de ser así me lo hubierais dicho... ó al menos... — pues sorprendí un ligero rubor en su rostro, me lo hubierais dejado adivinar; pero no conozco á nadie que sea digno de vos. Antes de que dé mi permiso, no es esto, será necesario que se presente un ser superior. En lo sucesivo tendré ojo avizor sobre todos vuestros admiradores, y os prevengo que el feliz mortal me hallará muy exigente.

Hablamos así con ese tono medio en sério medio en broma, que tenia por excusa la intimidad en que habiamos vivido en nuestra infancia, cuando de repente Inés, cambiando de tono, me dijo :

— Trotwood, quiero dirigiros una pregunta, y aprovecho una ocasion que tal vez no volverá á presentarse : es una pregunta que solo dirigiria á vos... ¿Habeis notado el cambio producido en mi padre hace algun tiempo?

Lo habia notado efectivamente... Inés comprendió que vacilase en responderla, así es que bajó la cabeza y vertió abundantes lágrimas.

En seguida añadió en voz baja:

— ¿Decidme cuál puede ser el motivo?