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DAVID COPPERFIELD.

Quedé cortado por tan grave equivocacion y traté de mudar de conversacion. Afortunadamente Steer- forth pasaba de un asunto à otro con maravillosa facilidad.

Despues de haber hablado un poco de todo pa- seándonos, tomamos un bocado y nos pusimos en marcha. Era casi de noche cuando hizo alto la di- ligencia, para dejarnos delante de la puerta de una casa vieja de ladrillos, en el punto mas alto de la colina. Una scñora de edad respetable, aunque sin ser vieja, de rostro bello y continente aristo- crático, habia salido de la casa al ruido de nuestra llegada : estrecho á Steerforth entre sus brazos, llamándole « mi querido James ».

Era su madre, á quien me presentó y por quien fui recibido con una afabilidad imponente.

La casa era elegante en su anligua arquitectura; alli todo respiraba órden y tranquilidad : desde las ventanas del cuarto que me dieron, distinguia á Lóndres envuelto en una capa de nicbla, à través de la que se dejaba ver de trecho en trecho la luz de los faroles. Al vestirme para comer, solo luve tiem- po de echar un vistazo á los muebles y notar los sitiales bordados, obra segun supuse de la madre de Steerforth cuando soltera; algunos retratos ador- naban las paredes; representaban damas del siglo anterior, con pelucas empolvadas.

En el comedor ví otra señora, es decir, una seño- rita, bastante baja de estatura, muy morena, y con un rostro que, sin ser agradable, llamó sin embargo mi atencion á causa de cierta expresion de solicitud : no podia menos de mirarla; ¿era porque comia enfrente de ella?

Como Steerforth no me habia hablado de ella me pregunté quién podria ser. Quizás en ella habia algo de notable : su cabellera negra, sus ojos vivos y ardientes, su talla exigua y delgada, y sobre todo una cicatriz en el labio !... Era una antigua cica- triz en que cireulaba la sangre de nuevo, pero que debia haber sido bastante profunda, á partir del labio superior, qué habia destigurado, hasta el na- cimiento de la barba.

Al mismo tiempo que trataba de adivinar quién podria ser aquella persona, calculé que tendria unos treinta años; no creo inferirla ningun agra- vio suponiéndola con descos de casamiento, deseos naturales en una jóven ya granadita; me permiti compararla, para mis adentros, á una casa para alquilar hace mucho tiempo y que necesita algu- nas obras; repito, sin embargo, que su mirada era agradable; pero su delgadez parecia el efecto de una llama interior que la consumia poco á poco y se escapaba por sus ojos.

Durante la conmida supe su nombre : miss Dart- le; Steerforth y su madre la llamaban familiar- mente Rosa. Supe en seguida que hacia mucho tiempo que cstaba en la casa; que era una especie de señora de compañia de mistress Steerforth.

Rosa no decia nunca directamente lo que queria decir; se explicaba gustosa por medio de una insi- nuacion, por un rodeo, y aun mas, por medio de preguntas ó por una frase no concluida, que os obligaba á completar por ella. Por ejemplo, mis- tress Steerforth, habiendo dicho á su hijo, medio riendo, medio séria :

- Temo, James, que lleveis una vida relajada en la Universidad.

Miss Dartle colocó esta frase :

- ¿Qué? No sucede siempre lo mismo? Sin duda que soy muy ignorante, pero creia que se iba á la Universidad para...

- ¿Para perder el tiempo? no es esto, respon- dió mistress Steerforth; eso es lo que sucede mu- chas veces; sin embargo, para hablar con formali- dad, espero que mi hijo justifica la confianza que en él tengo, y ademas tambien confio en su profe- sor particular, que es un hombre de conciencia.

- Cómo! ¿en verdad? repitió Rosa; ¿teneis esa confianza? ¿El profesor es verdaderamente un hombre concienzudo?

- Sin duda, estoy segura, dijo mistress Steer- forth.

- Oh! entonces... será asi, replicó Rosa. Es concienzudo? Lo estimo, si es asi. ¿Y no es?... ¡Oh! no, no es eso, si es concienzudo...

Hé aqui su correctivo para todas las cosas, á riesgo de aplicarle á sus propias insinuaciones, y noté que contradecia gustosa al mismo Steerforth.

Por ejemplo, al hablarme la madre de mi amigo de mi escursion por el condado de Suffolk, dije sin intencion que seria feliz si Steerforth quisiese acompañarme, y le expliqué que iba á ver á mi querida Peggoty y á su familia.

- ¡Ah! dijo Steerforth, aquel buen pescador que fué á veros al colegio. Le acompañaba su hijo?

- No, respondi, era su sobrino, ó mejor dicho su hijo adoptivo. Tambien tiene una sobrina en- cantadora, que ha adoptado por hija igualmente. En fin, su casa, ó mejor dicho su barco,- pues