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DAVID COPPERFIELD.

— ¿Por qué se llama esta casa Rookery?

— Fué el nombre que le dió Mr. Copperfield cuando compró la casa, replicó mi madre: creyó que habia en los árboles muchas cornejas.

En aquel momento una ráfaga de viento sacudió hasta tal punto los olmos del extremo del jardin, que mi madre y miss Betsey dirigieron sus miradas á aquel punto. Los árboles se inclinaron unos sobre otros, asemejándose á unos gigantes que se confiarian un secreto; en seguida de repente, como si se hubiesen turbado con sus horribles confianzas, agitaron convulsivamente sus formidables brazos, arrojando á lo lejos los antiguos nidos de cornejas parecidos á los restos de un naufragio que azota la tempestad.

— ¿Dónde están las cornejas? preguntó miss Betsey.

— ¿Las?... Mi madre pensaba en aquel momento en otra cosa.

— ¿Qué se han hecho las cornejas?... repitió miss Betsey.

— Desde que estamos aquí no las hemos visto, respondió mi madre; creíamos.... Mr. Copperfield creia que una numerosa familia de cornejas poblaba estos árboles; pero los nidos eran antiguos y hacia mucho tiempo que los pájaros los habian abandonado.

— Ese detalle pinta admirablemente á David Copperfield de la cabeza á los piés : llamar á una casa Rookery, cuando en ella no existe ni una corneja; suponer que hay pájaros porque existen nidos...

— Mr. Copperfield ya no existe, y si habeis venido para hablarme mal de él....

Mi pobre madre, á lo que supongo, tuvo por un momento la idea de poner coto, á las impertinencias de mi tia, que no era mujer que se dejaba dominar tan fácilmente; pero aun no habia acabado de articular su primera frase, cuando el esfuerzo, avasallando su valor, le produjo una crisis nerviosa....

— ¿Cómo se llama vuestra criada? preguntó mi tia tirando al mismo tiempo del cordon de la campanilla.

— Peggoty, tartamudeó mi madre.

— ¿Peggoty, dijísteis? ¡Vaya un nombre para una persona cristiana! exclamó miss Betsey.

— Es su apellido, replicó mi madre : mi marido la llamaba así porque su nombre de pila era lo mismo que el mio.

La criada apareció y la tia le dijo :

— Peggoty, vuestra ama está algo indispuesta.... haced una taza de té sin perder el tiempo mirando á las musarañas.

Habiendo dado esta órden como si en la casa se hubiese reconocido siempre su autoridad soberana, y dejando á Peggoty que se fuese á cumplir lo mandado, miss Betsey volvió á ocupar su puesto al lado de la lumbre y cruzó ambas manos sobre una de sus rodillas.

— No dudo, dijo la vieja como si prosiguiese una conversacion interrumpida, no dudo que tendreis una hija. ¡Pues bien! á partir del momento de su nacimiento, esa hija....

— Quizás será un niño, se atrevió á insinuar mi madre.

— Os digo, replicó miss Betsey, que debe ser una hija; tratad de no contradecirme. Así que nazca, os digo, quiero probarle mi amistad, seré su madrina y la pondreis por nombre Betsey Trotwood Copperfield . Y no tiene que haber engaños en la vida de esta Betsey Trotwood. No se burlarán de sus afecciones, no, hija mia, se la educará bien y sabrá que no es preciso dar su corazon á quien no lo merece. Yo misma me encargaré de ello; si tal...

Mi madre, demasiado conmovida para haber podido analizar con seguridad todas las inflexiones de voz de mi tia, creyó comprender sin embargo que en aquella ocasion aludía á antiguos recuerdos personales.

— ¿Y David se portó bien con vos? preguntó miss Betsey despues de una ligera pausa. ¿Vivisteis en buena inteligencia?

— Eramos muy felices, respondió mi madre; mi marido no pudo ser mejor para conmigo.

— ¡Ah! ¿Os mimaria, supongo? dijo miss Betsey.

— Lo temo, ¡sobre todo hoy que me hallo sola en el mundo! respondió mi madre rompiendo á llorar.

— Vaya, no lloreis: bien se ve que os llevabais como unos ángeles, por eso os he dirigido esta pregunta.... ¿Erais huérfana, verdad?

— Sí.

— ¿É institutriz?

— Era institutriz en una casa á donde solia ir de visita de cuando en cuando Mr. Copperfield. Tuvo la bondad de fijar su atencion en mí, me habló amistosamente y me propuso casarse conmigo.