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DAVID COPPERFIELD.

sentia que estaba alli y creia oirla murmurar à mi oido :- « ¿ Es esto ó lo otro? »-Me desperté dos ó tres veces durante la noche para cludir esta cuestion importuna.

XX
EMILIA.


Habia en easa de la madre de Steerforth un criado por quien se hacia acompañar generalmente, habiéndole tomado á su servicio mientras seguia el curso de la Universidad. Dicho criado era todo un modelo de respetabilidad, segun se dice en In- glaterra, palabra que en el sentido británico reasu- me toda clase de consideraciones en cualquier grado de la gerarquía social. Discreto hasla el mu- tismo, solo andaba de puntillas; tranquilo, atento y deferente, siempre dispuesto cuando era necesa- rio, y jamás presente cuando estorbaba, pero su principal mérito era su aire respetable. No se os acercaba con rostro humilde, antes bien, erguia la cabeza. Hablaba muy quedo y llamaba la atencion por su acento y modo claro de pronunciar la s que parecia escoger las palabras en que formaba parte esta consonante, pero todas estas particularidades en nada aminoraban su consideracion; hasta hu- biese sido capaz de imprimir respeto á una nariz de caricatura. Rodeábase de una atmósfera de respe- tabilidad. Era imposible sospechar en él un vicio ó un defecto, y era tan moralmente respetable, que nadie se hubiera atrevido á plantarle una librea : ¡ lenia el exterior tan respetable! imponerle cual- quier trabajo que no estuviera en sus condiciones hubiera sido imponerle un castigo. Los demas cria- dos reconocian esle carácter tan digno de conside- raciones y respeto, que por si mismos hacian ciertos quehaceres que parecian sin embargo in- cumbirle á él, y esto, generalmente, mientras él leia su periódico, sentado al amor de la lumbre.

No he conocido nunca un hombre que se colo- case tan bien en situacion, pero esta calidad solo era una de las muchas que le realzaban á los ojos de los demas. Nadie sabia su nombre de pila, y este era otro motivo de respetabilidad. Llamabanle Littimer; se hubiera podido decir á Pedro : «¡Vete de aqui!» ó á Antonio ; Marcha con mil diablos!s pero á Littimer... nada menos que eso.

Sin duda era el efecto de la veneracion natural que inspira la idea abstracta de responsabilidadl que me imponia, el caso es que me sentia mucho mas jóven delante de él que de los demas.

¿Cuántos años podria tener? No podia adivi- narlo : otro misterio mas y tambien en su favor, porque bajo la placidez de sus modales, podia con- tar cincuenta años lo mismo que treinta.

Littimer estaba en mi cuarto todas las mañanas antes que me levantase : me llevaba agua caliente, aquella agua caliente que me reprochaba la virgi- nidad de mi barba, y dejaba cerea de mi cama mis ropas cepilladas y dobladas. Al descorrer las cor- tinas le vi en su tranquila atmósfera de respetabili- dad, insensible al frio de enero, colocando mis bo- las de pié en prinmera postura de baile, y soplando un poco de polvo que habia notado en el cuello de mi frac.

Le di los buenos dias y le pregunté la hora, á lo cual sacó de su bolsillo el mas respelable le los relojes de caja que podia verse, lo abrió, vió la hora como si consultase un oráculo, volvió a cer- rarlo y me dijo:

- Si os parece son las ocho y media. Mr. Steer- forth tendrá mucho gusto en saber, añadió, si ha- beis descansado bien.

- Gracias, perfectamente, respondí, y Mr. Steer- forth ¿qué tal está?

- Gracias, señor, muy bien.

Aun otro detalle de carácter : jamás empleaba los superlativos; siempre en la calma del justo medio.

- ¿Teneis algo mas que yo deba hacer, señor? la campana toca treinta minutos antes de sentarse i la mesa ; se almuerza i las ueve y media...

- No necesito nada, gracias.

- Tened la bondad de excusarme.

Hubiérase dicho que trataba de corregirme al oir el acento con que pronunciaba estas palabras, Me saludó al pasar por delante de mi cama y salió despues de haber cerrado mi puerta, con la mas exquisita precaucion, como si acabase de dor- mirme.

Todas las mañanas se reproducia exactamente la misma conversacion; ni una palabra mas, ni una palabra menos. Y bien! por mas que hubiese re- cibido algun ánimo la vispera por la noche, bien de la amistad de Steerforth, ó bien de las confi-