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DAVID COPPERFIELD.

de manos, me suplicó que supliese esto sacudiendo la borla de su gorro de dormir, lo que ejecuté con suma puntualidad.

Cuando me hube sentado a la cabecera de su cama, declaró que mi visita le habia rejuvenecido y aliviado, y se figuraba que aun me conducia por el camino de Blunderstone.

Estaba acostado boca arriba, cubierto con su manta, de modo que lo único que dejaba ver era su cabeza, como los pintores de iglesias represen- tan un mausoleo, tenia la figura mas rara que po- dia darse.

- Y bien, ¿recordais lo que me dijísteis un diả respecto á Peggoly, que guisaba y hacia todos los pasteles en casa de vuestra madre?

- Si, respondi.

- Es verdad, replicó meneando su gorro de al- godon, sola pantomima que le permitia el reuma- tismo; teneis mil razones; es una mujer suma- mente casera para un pobre hombre, porque soy un pobre hombre.

- Lo cual me aflige, Mr. Barkis.

- Os lo repito, muy pobre.

Aqui su mano derecha por un lento y débil es- fuerzo consiguió salir de debajo de la manta, y cogió un baston apoyado en la cabecera de la cama. Despues de haber pegado con el baston á derecha é izquierda, haciendo toda clase de gestos, Mr. Barkis tocó en un baul que estaba debajo de la cama y asomaha por un lado.

Los gestos cesaron.

- Son harapos, dijo.

- Ah! respondi.

- Quisiera que fuese dinero.

- Tambien yo me alegraria por vos.

- Pero... desgraciadamente no lo es, dijo Mr. Bar- kis abriendo desmesuradamente los ojos.

- Estoy convencido de ello, le respondi; y Mr. Barkis, volviéndose á su mujer con los ojos cariño- sos, prosiguió :

- Es la mujer mas económica y mejor. Clara Peggoty Barkis ¿ recordais el dia en que añadi este nombre á los otros dos? Querida mia, hoy será preciso poner una comidita regular.

Hubiera protestado contra cualquier extraordi- nario en honor mio; pero Peggoly me hizo señas desde el otro lado de la cama para que me callase, y yo guardé silencio.

- No sé por donde tengo unas cuantas mone- das, querida mia, una frutesa, continuó Mr. Bar- kis. Si ambos quereis dejarme echar un sueñecito, trataré de hallarlo asi que me despierte.

Salimos del cuarto, y una vez fuera, Peggoty me dijo que Mr. Barkis, que se habia vuelto mas la- caño que antes, apelaba á la misma estratagema antes de sacar un chelin de su tesoro; sufria infini- tos tormentos para levantarse solo y meter la mano en el baul donde atesoraba sus economias, como las maricas.

En efecto, no tardamos en oir que no podia re- primir los suspiros dolorosos que le arrancaban sus esfuerzos convulsivos; pero Peggoty, aun cuando tenia los ojos arrasados en llanto, tal compasion le excitaba, dijo que si entrábamos le causariamos mas daño, y que debíamos hacer como que no se le oia.

Al cabo de un cuarto de hora nos llamó, y disi- mulando su sufrimiento pretendió haber descansa- do como un bendito.

- Aqui teneis una guinea que he encontrado debajo de mi almohada.

La satisfaccion que le procuraba el éxito de su artificio y la idea de haber salvado el secreto de su cofre impenetrable, parecian compensarle de sus terribles agonias.

Previne á Peggoty de la visita de Steerforth, y este no se hizo esperar mucho rato. Pienso que si hubiese sido su protector no hubiera acogido á mi amigo con mas gratitud y desinterés. La cautivó por sus maneras faciles, su gracia, el arte natural para ponerse al aleance de todos y asociarse direc- tamente a todo aquello que interesaba á los demas: le halló encantador y concibió por él una espe- cie de adoracion.

Aceptó el convite, y no podré decir con qué ale- gre amabilidad figuró en aquella humilde mesa.

Quiso tambien conocer personalmente á Mr. Barkis, y pareció que al entrar él en el cuarto del enfermo llevaba en pos de si una temperatura de luz, de dulce calor y de salud.

Y todo esto sin ruido, sin esfuerzo alguno, sin afectacion, como si le hubiera sido imposible el ser menos gracioso, menos natural, menos amable.

Quedó convenido que me acostaria en mi cuarto, en casa de mistress Barkis, y que Steerforth iria á la posada, porque, segun dijo, queria respetar los derechos de la naturaleza. Peggoly le agradeció muchisimo que allanase asi la dificultad por mi suscitada, temiendo que yo fuese un mal amigo dejándole solo despues de haberle llevado á Yar-