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DAVID COPPERFIELD.

me contento tan faeilmente? De lo único que estoy yo contento, mi querido David, es de vuestra fres- cura primaveral. En cuanto á mi capacidad, en cuanto al acertado empleo de mis facultades inte- lectuales, jamás he sabido el arte de sujetarme á una de esas ruedas á que sin cesar dan vueltas los Ixiones de nuestra época. Al menos he hecho un mal aprendizaje de semejante oficio, y no quiero continuar... A propósito, sabreis que he comprado aqui un barquichuelo.

- Sois el jóven mas original que conozco, ex- clamé al oir hablar por vez primera de aquella ad- quisicion. ¡Comprais un bote en el momento de iros y cuando es posible que no volvais jamás!...

- ¿Y por qué no he de volver? Me he aficiona- do á este pais. En todo caso he comprado un bote que se vendia; un clipper, como le llama Mr. Peg- goty, que durante mi ausencia se servirá de él.

- ¡Oh! ahora os comprendo, exclamé entusias- mado de mi amigo; habeis hallado un medio inge- nioso de hacer un regalo. ¡Y yo que no lo habia adivinado desde un principio! No sé cómo expre- saros lo que siento al ver vuestra generosidad.

- ¡Bah! cuanto menos hablcis será mejor, dijo poniéndose colorado.

- Bien sabia yo, continué, que no podiais ser indiferente à ninguna de las emociones de esta buena gente.

- Si, si, convenido, pero no hablemos mas. El barco necesita un aparejo nuevo, y dejaré á Litti- mer para que lo encargue conveniente. No os he dicho que Littimer ha venido á Yarmouth?

- No.

- Llegó esta mañana con una carta de mi madre.

Si antes le habia visto, merced á la claridad de un farol, ponerse encarnado, entonces noté que palidecia en extremo. Suponia que alguna discu- sion con su madre era la causa del humor sombrio que habia tenido, y asi se lo manifesté.

- No tal, me respondió, estais en un error... No tiene nada de particular que haya llegado mi criado.

- ¿Siempre el mismo, como es consiguiente?

- Siempre el mismo, en efecto, dijo Steerforth; manteniéndose á distancia, tranquilo y glacial como el polo Norte. Hará carenar y aparejar el barco, que se le dará el nombre de el Iris de la tempestad, aunque quiero tambien llamarle de otro modo.

- ¿Y cómo?

- La Linda Emilia.

Creo que aun hubiera aprovechado la ocasion de repetir mis elogios por su generosidad, si la expresion de su mirada no me hubiese recordado que no los recibiria con gusto, y aprobó por su parte mi parquedad con una sonrisa... En seguida añadió :

- Aqui viene la linda Emilia, y con ella ese feliz patan. Por vida mia que es un caballero que no pierde de vista á su dama!

Hacia tiempo que Cham trabajaba en un astille- ro para la construccion de buques : como tenia dotes naturales para semejante estado, las habia cultivado, y era un excelente obrero. Con su traje de trabajo no tenia nada de caballeresco, sin duda; pero su facha varonil le daba un aire de protector de la encantadora hada que iba á su lado. Su aire franco y honrado, desinteresado y cariñoso, no se prestaba en modo alguno á la ironia, y el prome- tido me parecia en un todo digno de la jóven.

Emilia soltóse del brazo de su promelido cuando nos paramos para saludarles, y al canibiar algunas palabras amistosas noté que al separarse de nos- otros no se apoyó en el brazo de su prometido.

Steerforth admiró, como yo al rielar de una na- ciente luna, su andar timido y gracioso.

De repente pasó á nuestro lado una jóven, que evidentemente seguia à Cham y Emilia. No pude mas que entrever su rostro, y me pareció que no me era desconocida. Aquella mujer iba ligeramente vestida, tenia un aire à la vez atrevido y asustadizo, altivo y miserable; pero en aquel momento pare- eia ocuparse muy poco de su aire y de su persona, por alcanzar á los que iban delante : no tardó en desaparecer, asi como ellos.

- Cualquiera diria que es un espectro que per- signe á Emilia. ¿ Qué diablos puede significar eso? preguntó Steerforth en voz baja y con un acento sumamente extraño.

- Alguna pobre que esperará obtener de ellos una limosna, le respondí.

- Quizás sea eso, añadió Steerfort, y por tanto se me figura extraño que un mendigo haya toma- do ese aire en este momento...

- ¿Y por qué?

- ¿ Por qué? Unicamente porque en el mo- mento en que se me ha aparecido pensaba en algo semejante á ella. ¿De dónde diablos ha salido?

- De la sombra de esa tapia, dije mostrando