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DAVID COPPERFIELD.

habrá visto mis tobillos; de lo contrario voy a mo- rirme de desesperacion.

Os hubierais vuelto calvo antes de diez meses.

- No he visto nada, dijo Steerforth.

- Ni yo, añadi al mismo tiempo.

- Pues bien, dijo la jorobada, en ese caso con- siento en no suicidarme. Vaya, hermoso señorito, colocaos.

Estas palabras se dirigian á Steerforth para que sometiese su cabeza á su inspeccion, lo cual hizo dócilmente, y miss Moweher, sin otro objeto que divertirnos, sacando de su bolsillo un lente de au- mento, examinó ó aparentó examinar la cabellera de mi amigo hasta la raiz.

- Ya era tiempo, mi querido amigo, dijo; os hubierais vuelto calvo antes de diez meses; pero, gracias á mi operacion, podcis estar seguro que. conservareis vuestros hermosos rizos durante diez años aun : para eso me basta medio minuto.

Al decir esto humedeció un pedazo de franela con algunas gotas extraidas de un frasco, y preten- diendo comunicar no sé qué virtud á uno de sus cepillos, miss Moweher se puso à peinar y cepillar cuidadosamente la cabeza de Steerforth sin cesar en su monólogo.

- Ya conoceis á Cárlos Pipgrave, el hijo del duque, y sus hermosas patillas. Pues bien, ha tra- tado de pasarse sin mi, y al fin y al cabo ha tenido que volver. Un dia fué á casa de un peluquero para comprar accite de Macasar, y una vieja que estaba en la lienda se equivocó y le dió un frasco de cos- mético... La peluquera se excusó diciendo que como las señoras llaman al colorete de lantos modos, se habia equivocado y habia tomado un larro por olro... A propósito, mi querido Jemmy, desde que estoy en Yarmouth no he hallado una mujer bonita.