Página:David Copperfield o El sobrino de mi tía (1871).pdf/172

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida

160
DAVID COPPERFIELD.

alto de la fonda, bien porque quisiera tener por su dinero la mayor parte posible de cscalera de pie- dra, o ya tambien por hallarse lo mas cerca posi- ble de la escapatoria abierta en el tejado, en fin, la cena fué excelente y por mi parte la hice los ho- nores.

En cambio mi tia comió poco, pues tenia sus manias acerca de los comestibles de Lóndres, y asi es que apenas probó del bifteck, del pollo asado y las legumbres, que me hallaron menos dificil.

- Supongo que este mismo pollo ha nacido y se ha desarrollado en un sótano, y jamás habrá to- mado el aire como no sea debajo de una estacion de coches de alquiler. En esta ciudad lo unico que se conoce natural es el barro.

- No pensais, tia mia, le respondi, que las aves pueden muy bien provenir de los pucblos de los alrededores?

- No tal, replicóme ella : un vendedor de Lón- dres sentiria vender la misma cosa que anuncia.

Guardéme bien de contradecir aquella opinion, que en nada me impidió satisfacer un fuerte apeti- to, y mi tia no quedó menos encantada al ver cómo yo cenaba.

Levantóse el mantel y Juanilla ayudó á mi tia å atusarse el pelo, ponerse la papalina de dormir y hacer la especie de tocado que precedia á su hora de acostarse. Otra costumbre inveterada que tenia era beber un vaso de vino blanco caliente, con agua y azúcar, en que mojaba unas tostadas de pan. Yo cra el encargado de prepararle esta libacion domés- tica, y mientras que lo saboreaba, me sentaba en- frente de ella para tenerle compañia.

- ¡Y bien ! Trot, me dijo contemplándome con su mas cariñosa mirada, qué pensais de mi idea sobre la carrera de proclor?

- He pensado mucho, mi querida tia, y he ha- blado largamente de ello con Steerforth, y franca- mente, la idea me agrada en esxtremo.

- Vaya, respondió ella, no sabeis el gusto que me proporcionais.

- Solo veo una dificultad; tia mia.

- ¿Y es?

- ¿Quisiera saber, si esa profesion privilegiada reelamará muchos gastos para seguirla?

- Para que entreis como pasante en casa de un procurador habrá que gastar unas mil libras ester- linas (unos cinco mil pesos).

- Pues bien, hé ahi lo que me preocupa é in- quieta, continué acercando mi silla á la suya ; ¿no os parece que es una cantidad demasiado erecida ? Nada habeis economizado para mi educacion, y habeis sido en todo para mi de una generosidad que nunca agradeceré lo hastante. Reflexionad, mi segunda madre, si no es demasiado ese nuevo sa- crificio. No hay otras carreras que podria empren- der con menos gastos y con resultados mas se- guros?

Mi tia acababa en aquel momento con su ủltima tostada mojada en el vino blanco : puso su vaso encima de la chimenea, eruzó la mano sobre su vestido, levantado hasta media rodilla para calen- tarse mejor, y me respondió gravemente :

- Mi querido Trot, en mi vida no hay mas que un objeto, el de facilitaros los medios de ser un hombre feliz y útil; este es mi objeto, lo repito, y tambien el de Mr. Dick; quisiera que algunas per- sonas que conozco oyesen à Mr. Dick acerca de esto; su sagacidad es maravillosa; pero solo yo conozco los recursos intelectuales de este hombre.

Hizo una pausa para coger entre las suyas mis manos, y contimuó:

- Inútil es, Trot, recordar el pasado, a menos que ejerza alguna influencia en cl presente : qui- zis hubiera podido demostrar mas amistad á vues- tro padre; quizis tambien luego que vuestra her- mana miss Betsey Trotwood hubo fallido mis esperanzas hubiera debido mostrarme mejor amiga de vuestra pobre madre, que solo era una niña. Cuando vinisteis á mi, pobre niño fugitivo, lleno de polvo y extenuado de fatiga, quizis me dirigi un reproche. Sea lo que quiera, desde aquel dia hasta hoy, Trot, habeis correspondido á mis euida- dos, habeis sido mi orgullo y mi consuelo; nadic tengo que pueda creerse con derecho á lo que po- sco, ó al menos... (al llegar aqui sorprendióme la vacilacion y el aire aturdido de su fisonomia; pero prosiguió) : no, nadie tiene derecho á lo que poseo, y vos sois mi hijo adoptivo. Sed solamente un tier- no hijo para mi vejez, soportad los eaprichos y ra- rezas de una pobre vieja que quizis huiiera podida ser mas feliz ó conciliadora en su iusentnd, y lia- breis hecho por ella mucho nas de lo que qnizis ella hizo por vos.

Era la primera vez que oia á mi tia aludir á la historia de su juventud.

Habia en aquella mirada retrospectiva una cal- ma, una imparcialidad, ana mnagnanimidad, que hubieran aumientado ui respeta y afeccion á haber sido posible.