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DAVID COPPERFIELD.

entre paréntesis, queria aparentar mas años de los que tenia, respondió:

- Os juro que Lóndres abre el apetito : aqui siempre se tienen ganas, y se come desde por la mañana hasta por la noche...

Decididamente aquel jóven estudiante, se hu- biese creido tan jóven como yo á no desempeñar el papel de un ogro. Asi, temblé al ver nuestra sopa de tortuga reducida á tan minimas proporciones. Afortunadamente que el resto del festin bastó para satisfacer apetito tan gigantesco. Steerforth fué quien presidió, pues por mi parte me senti incapaz de hacer los honores. Sentado enfrente de nuestro presidente, y teniendo asi á la vista la puerta de la despensa, tuve bastante que hacer combatiendo las distracciones que me ocasionaban mi lacayo de einco chelines, y la muchacha que secundaba á mistress Crupp : el uno yendo sin cesar al pasillo, donde veia su sombra en la pared con el cuello de una botella en los labios; la otra rompiendo casi todos los platos, apresurándose á lavarlos.

Acabé por tomar mi partido cuando sirvieron los postres. Entonces reconocimos que el lacayo esta- ba tan borracho que no podia articular ni una sola palabra. Ordenéle que bajase á hacer compañia á mistress Crupp y que se llevase consigo la mu- chacha.

¡Ay , mis tres convidados y yo nos supimos pa- sar perfectamente sin copero! No tardé en senlir- me sumamente alegre y decidor! Mi lengua se desató y adquirió una volubilidad milagrosa, para expresar una infinidad de reminiscencias que acu- dian en tropel á mi cerebro. Reia á mandibulas batientes de mis propias ocurrencias y de las de los demas.

Como Steerforth no pasaba la botella con fre- cuencia, segun yo deseaba, le llamé al órden. Pro- meli solemnemente ir á ver á mis convidados á Oxford, y participé que daria una vez por semana, de comer á mis amigos, en mi alojamiento. Grain- ger me ofreció su tabaquera, y yo tomé tal polvo que me vi obligado á levantarme de la mesa é ir á estornudar en la despensa durante diez minutos.

Antes de volver à ocupar mi puesto, me armé de un saca-corchos y destapé cuatro botellas á la vez : "A la salud de Steerforth! exclamé já mi me- jor amigo! un protector de mi infancia! ; al com- pañero inseparable de mi juventud! Estoy encan- tado proponiéndoos este brindis, señores, pues pago una deuda del corazon; ¿pero cómo satisfacer todo lo que á él le debo? ; Que el cielo le bendiga! ¡y nos- otros bebamos tres veces seguidas para celebrar las virtudes de Steerforth!

Al pronunciar estas palabras me dirigi á él para estrecharle la mano y rompi mi vaso al mismo tiempo que exelamaba : - Steerforth,-sois- el- astro-conductor-de-mi-vida. Pronuncié esta frase de modo que solo formó una palabra.

De repente oi que cantaban : era Markham que entonaba :

Si el corazon del hombre
la pena seca;
los disgustos se calman
con la botella.
Bebanos, pues,
que no hay de verdadero
mas que el beber.

Despues de esta cancion, Markham propuso un nuevo brindis : ¡A la mujer!

- ¡No, no! exclamé: «A las señoras », es mas respetuoso.

Y esto ocasionó una discusion entre nosotros: invoeacion de la libertad de brindis; contra-invoca- cion de los derechos sagrados de los dioses Lares y de los ritos de la hospitalidad. Este debate acabó por la adopcion del brindis de Markham que pro- puse como conclusion.

Brindé aun á la salud de mi tia, a la mejor cria- tura de este mundo.n Me hallaba en un acceso de sensibilidad å consecuencia de un discurso de Steer- forth, que me habia hecho verter lägrimas al can- tar mis virtudes, como yo habia cantado las suyas.

Uno se puso á fumar y todos los demas le imi- tamos.

De repente uno de nosotros se apoya en la balaus- trada de la ventana, diciéndose en voz baja :

- Haces mal en fumar; debias conocer que no tienes la cabeza bastante sólida para soportar å la vez los vapores del vino y del tabaco.

Ese uno soy yo; sintiéndome un poco despejado, voy á mirarme á un espejo : estoy pálido, mis ojos están apagados y giran incesantemente en mis ór- bitas.

Otro me dice :

- Vamos al teatro, Copperfield.

- ¡Al teatro! Si, eso es. En marcha. Pero ante todo, dispensadme, señores; me han educado en el temor al fuego.

Y apago la lámpara.