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DAVID COPPERFIELD.

zo... su mano cuya suavidad no conocia rival... sentí hasta tal punto el influjo bienhechor, que no pude menos de llevar aquella mano à los labios y hesarla con agradecimiento.

- Sentaos, dijo Inés con su gracia y sencillez; no seais desgraciado, Trotwood. Si no teneis con- fianza en mí, ¿ en quién la depositareis?

- ¡Oh! Inés, respondi, sois mi ángel salvador!

Sonrió... y se me figura que inclinó la cabeza tristemente.

- Si, Inés, repeti, ;mi ángel salvador, siempre mi ángel de la guarda!

- Si lo fuera, en efecto, dijo, si lo fuera... ten- dria buen cuidado de libraros...

Miréla con aire curioso, aunque yo tenia un pre- sentimiento de lo que queria decir.

- Si, continuó ella tomando un aire serio, tendria empeño en libraros de vuestro angel malo.

- Mi querida Inés, le dije, si quereis hablar de Steerforth...

- De él precisamente, Trotwood, replicó.

- En ese caso, Inés, le injuriais. El, mi ángel malo, ó el ángel malo de nadie? Steerforth, mi amigo, mi defensor, mi guia? Querida Inés, no sois injusta, juzgándole por el estado en que me visteis la otra noche?

- No le juzgo por lo que vi aquella noche, aña- dió con calma.

- Entonces, ¿ por qué le juzgais?

- Por varias cosas, muy ligeras en si, pero que no me parecen como tales cuando las reuno. Le juzgo un poco, Trotwood, por lo que vos mis- mo me habeis contado, y mucho por vuestro ca- rácter y el influjo que ejerce sobre vos.

Habia en el acento timido dle su voz, algo que parecia hacer vibrar en mi una fibra particular... una fibra que no respondia sino á aquel sonido. Aquel acento era siempre grave; pero, todas las veces que era grave, como en aquel momento, te- nia un poder que me subyugaba completamente. Estaba sentado á su lado, contemplándola, con la vista inclinada sobre su labor, escuchándola, y Steerforth, à pesar de todo mi afecto, me aparecia con un tinte mas sombrio.

- Es demasiado atrevido de mi parte, dijo Inés, alzando la vista, conociendo tan poco el mundo y habiendo vivido en un retiro lan estrecho, el emi- tir una opiniom con tanta confianza; pero sé quién me inspira, Trotwood : me inspira el recuerdo de nuestra infancia, el interés que tiene para mi todo cuanto os concierne. Segura estoy de la verdad de mi aserto : obedezco á un setimiento irresistible, å una conviccion intima é interior, al preveniros que habeis hallado un amigo peligroso.

Seguí contemplándola, y la escuché despues que hubo hablado, y la imágen de Steerforth, sin salir de mi corazon, se revistió de negros colores.

- No estoy tan falta de razon, continuó Inés, despues de hacer una pausa, para esperar que cambieis de repente vuestros sentimientos y pro- pias convicciones. Es mas, no dlebeis hacerlo lige- ramente. Todo cuanto yo ruego á vuestra confiada naturaleza, si es que alguna vez pensais en mi... es decir, añadió sonriendo al ver que yo iba á in- terrumpirla, es decir, siempre que penseis en mi, es que reflexioneis sobre lo que acabo de deciros... Veamos, ¿me perdonais?

- Os perdonaré, Inés, respondi, cuando hagais justicia á Steerforth, queriéndole tanto como á mi.

- ¿Y antes no? preguntó Inés.

Y vi que al hablarle asi una nube empañaba su frente tan pura : pero se sonrió y hasta yo mis- mo sonrei y reslablecióse de nuevo nuestra inti- midad.

- Y á mi vez, Inés, ¿cuindo me perdonarcis la inconveniencia de la otra noche?

- Cuando os la recuerde, respondió.

Inés queria de ese modo alejar aquel asunto; pero yo descaba que mi corazon quedase tranqui- lo, é insisti para contarle cómo me habia visto arrastrado á aquel escándalo y á sus consecuencias finales.

Aquello me alivió de un gran peso; al mismo tiempo traté de hacer notar los favores que debia å Steerforth, que se cuidó de mí desde el momento en que no podia por mi solo ir á mi casa.

- No debeis olvidar, dijo Inés, cambiando de conversacion con su calma de costumbre, que teneis obligacion de confiarme no solamente vues- tros pesares, sino todas vuestras alegrias y sobre todo... todos vuestros amores... ¿Quién ha suce- dido á miss Larkins, amigo mio?

- Nadie, Inés.

- Vamos que sí, replicó riendo y levantando un dedo.

- No, Inés, palabra de honor. En casa de Steer- forth hay ciertamente una señorita de mucho talento y con quien me gusta hablar... miss Dartle... pero no la quiero.