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DAVID COPPERFIELD.

Inés se sonrió de su penetracion.

- Si sois exacto en hacerme vuestras confian- zas, me propongo llevar un registro de vuestros apasionados sentimientos, con la fecha, duracion, y desenlace de cada uno, semejante á la tabla cro- nológica de los reyes y reinas en la historia de In- glaterra... ¿ Habeis visto á Uriah ?

- ¿ Uriah Heep? No. Está en Lóndres?

- Viene todos los dias abajo, al despacho de Mr. Waterbrook, respondió Inés. Llegó á Lóndres una semana antes que yo : temo que haya venido por un asunto desagradable.

- ¿Qué asunto es ese que os inquieta?

Inés dejó su lahor, y cruzando sus manos me miró con aire pensativo con sus ojos tan dulces.

- Se me figura que va á ser el socio de mi padre.

- ¡Cómo! exclamé indignado, ¿Uriah, ese ser vil y rastrero, clevarse hasta el rango de socio de vuestro padre? ¿Y no le habeis hecho la oposi- cion? Reflexionad bien; debeis hablar, impedir á Mr. Wickfield que lleve á cabo un acto tan poco sensato... si aun es tiempo.

- ¿Os acordais, respondió Inés, de la última conversacion que tuvimos con mi padre?... A los pocos dias... dos ó tres, creo, fué cuando dijo por primera vez lo que os cuento. Era lastimoso verle luchar entre cl deseo de representarme la cosa completamente voluntaria, y la dificultad de ocul- tar que era necesaria. ; Imaginad mi afliccion!

- ¡Necesaria! ; Inés! Y quién la imponia?

- Uriah, añadió despues de un momento de va- cilacion, se ha hecho necesario para mi padre; es sutil y perseverante; ha espiado las debilidades de su amo, las ha acariciado, ha sacado partido de ellas; hasta que... para decirlo todo en dos pala- bras, Trotwood... mi padre le teme.

Adiviné que no decia todo, que no sabia ni sos- pechaba todo : temi lievar muy lejos mis pregun- tas, é Inés fué quien, viendo que yo no hablaha, prosiguió asi :

- Es muy grande el ascendiente que ejerce so- bre mi padre : hace profesion de humildad y agra- decimiento... quizis es humilde y reconocido, pero su influjo es realmente considerable, y temo que abuse de él con dureza.

Aquí se me escapó una exclamacion de desprecio contra Uriah, é Inés, sin interrumpirse, continuó:

- En la época de que hablo habia pretendido marcharse del bufete -con gran sentimiento suyo - porque tenia otros proyectos de porvenir. Mi padre demostró mayor tristeza é inquietud que jamás : solo se tranquilizó con el expediente de una sociedad, aunque al mismo tiempo parecia avergonzarse de ella.

- ¿Y cómo recibisteis vos la comunicacion que os hizo ?

- Pienso, mi querido Trotwood, que no podia hacer otra cosa mas que lo que hice. Con la cer- teza de que era necesario el saerificio para la tran- quilidad de mi padre, le supliqué que lo hiciese para disminuir su trabajo : seria un medio para que estuviese á su lado con mas frecuencia... Ah! ¡Trotwood! exelamó Inés ocultando sus ojos lle- nos de lágrimas, me temo haber sido mas bien la enemiga de mi padre que su hija eariñosa. Sé hasta dónde su abnegacion de padre ha alterado su existencia : sé que por concentrar todas sus afecciones en mi ha estrechado el circulo de sus simpatias y deberes; sé hasta qué punto la preo- cupacion de mi suerte ha hecho su caráctér som- brío y debilitado su energía natural... ; Ah! si pu- diese reparar el mal de que soy causa inocente!...

Algunas veces habia visto lágrimas en los ojos de Inés : cuando me coronaron en el colegio, cuan- do nos despedimos, cuando me habló de su padre por primera vez; pero jamás le habia visto entre- garse a semejante dolor.

Quedéme desconsolado no sabiendo qué respon- derle.

- ¡Inés, no lloreis! ¡no lloreis, mi querida her- mana !

Pero Inés me era muy superior por su carácter y resolucion, comò lo reconozco hoy, para necesi- tar largo tiempo de este vano y superficial con- suelo.

El aire celeste, que en mis recuerdos la distin- gue de todas las mujeres, apareció otra vez en sus facciones, como si la nube solo hubiera resbalado en un cielo sereno.

- Trotwood, me dijo, nos queda poco tiempo de conversacion á solas, y debo aprovecharlo para aconsejaros que seais afable con Uriah; no le re- chaceis. Sé que no os es simpático; ocultad vues- tra antipatia, si es posible, no la merece, pues positivamente no podemos acusarle de nada. En todo caso pensad, por Dios, en mi padre y en mi.

Inés no tuvo tiempo para decir mas : abrióse la puerta del saloncito y entró mistress Waterbrook, que me pareció reconocer por la señora que con