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DAVID COPPERFIELD.

Al expresarse asi, con su sonrisa de cara de santo de palo, esquivó mi mirada y contempló el fuego.

- Pero las personas mas humildes, Mr. Copper- field, añadió en seguida, pueden ser instrumentos útiles. Soy feliz al pensar que pude ser un instru- mento útil para Mr. Wickfield, y puedo serlo aun mas. ¡Oh! ;qué hombre tan digno ese, Mr. Cop- perfield, pero qué imprudente!.

- Siento saberlo, le dije, bajo todos conceptos, añadi con una intencion que no se le escapó.

- Teneis razon, Mr. Copperfield, teneis mucha razon, repitió Uriah, bajo todos conceptos, y prin- cipalmente por miss Inés. Ya no recordais vuestra propia expresion tan elocuente, Mr. Copperficld; pero yo no he olvidado que me dijisteis un dia que todo el mundo debia admirarle y que os lo agra- deci de todo mi corazon. ¿Lo habeis olvidado, Mr. Copperfield ?

- No, respondi secamente.

- ¡Oh! ; qué placer que no lo hayais olvidado ! exclamó Uriah; ¡euando pienso que fuisteis vos el primero que encendisteis las chispas de ambicion en mi humilde pecho y que no lo habeis olvidado!

El énfasis con que pronunció lo de chispas de su ambicion y la mirada que fijó en mi, me hicieron estremecer, como si le hubiera visto iluminarse de repente, sin meláfora, con brillante llama.

En aquel momento, à pesar de todo mi despre- cio hácia el individuo, me senti dominado por un genio superior al mio. Debi disimular sin duda muy mal mi inquietud, mi vacilacion secreta. Per- maneci mudo un instante delante de él, y no sé si hubiera podido sostener largo tiempo la sagacidad de su mirada, á pesar de que, en su actitud, Uriah conservaba su aire de deferencia servil.

Hice un esfuerzo para decir :

- Asi, pues, Mr. Wickfield, que vale quinientas veces lo que vos... ó lo que yo, añadi con cierto embarazo, ha sido imprudente, segun vuestras pro- pias palabras, Mr. Hepp.

- ¡Oh! muy imprudente, en efecto, Mr. Cop- perfield, respondió Uriah con una sonrisa modes- ta... Oh! si, muy imprudente. Pero os ruego que me llameis Uriah... con la misma familiaridad que en otro tiempo.

- Sea, Uriah, ya que asi os agrada, dije, no si que aquella concesion dejara de costarme bas- tante.

- Os lo agradezco, replicó con uncion, os lo agradezco, Mr. Copperfield. Cuando me llamais Uriah creo oir el fresco soplo de la brisa, ó el zum- bido de las vetustas campanas, como lo oia en mi juventud. Pero, perdonad, de qué hablábamos?

- De Mr. Wickfield.

- Es verdad, ha sido muy imprudente : asunto es este de que no hablaria una palabra con nadic mas que con vos, y aun con vos solo puedo tocarlo ligeramente. En mi puesto, muchas personas hu- bieran apretado las clavijas á Mr. Wickfield (; po- bre y digno hombre!). Si, añadió Uriah pegando un puñetazo encima de la mesa.

Creo que no se me hubiera aparecido mas odioso el ver la cabeza de Mr. Wickfield bajo el pié del diablo que bajo la mano de Uriah.

- Si, si, Mr. Copperfield, prosiguió con voz melosa, cuyo acento contrastaba con su gesto dia- bólico; esto no es dudoso; qué pérdida de dinero, de honor y de qué sé yo que mas! Mr. Wiekfield lo sabe : soy el débil instrumento que ha emplea- do, y me cleva á la categoria que jamás hubiera soñado. Qué gratitud no será la mia!

Al llegar aqui, sin mirarme frente á frente, dejó de apoyar su escuálida mano encima de la mesa para pasarla por su descarnada mandibula, como si se afeitase.

La indignacion me causó náuseas al ver su astuta fisonomia iluminada por la llama de mi chimenea y moverse sus labios para articular aun una con- fianza.

- Pero ahora que recuerdo, Mr. Copperfield os impido acostaros.

- No, no, generalmente me acuesto tarde.

- ¡Gracias, Mr. Copperfield! Sali de mi humil- de situacion, es verdad, desde cl dia en que tuve la honra de veros por vez primera; pero continué y continuaré siempre siendo modesto. No juzgareis mal de mi humildad si os conflo un secreto, ¿no es verdad, Mr. Copperfield?

- No tal, respondile, resistiéndome á mis ver- daderos sentimientos.

- ¡Os lo agradezco!

Y sacando su pañuelo del bolsillo se limpió la palma de las manos.

- Miss Inés, Mr. Copperfield...

- ¡Y bien! Uriah?

- ¡Oh! qué agradable es oirse llamar espon- táneamente por su nombre de bautismo! exclamó Uriah haciendo una contorsion convulsiva... Ver- dad que esta noche la habeis hallado muy her- mosa ?