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DAVID COPPERFIELD.

ban, ya á Uriah, especie de agento subalterno del infierno!

¡Entre otras cosas soñé que me habia apoderado del hierro para atizar la lumbre y que lo habia pasado candente á través del cuerpo de Uriah! Le- vantéme azorado y me acerqué á ver si seguia dur- miendo en el sofá. Desgraciadamente se hallaba alli, mas horrible en la realidad que bajo las for- mas de que le revestia mi imaginacion. ;Qué no- che! lo repito, y qué desesperacion cuando al abrir mi ventana, no veia el momento de amanecer.

Llegó el dia, á Dios gracias, y mi huésped rehu- só almorzar conmigo. Salió... al marcharse se me figuró que con él se iba la noche. Cuando sali yo para ir á casa de Mr. Spealow, recomendé á miss Crupp que dejase abiertas todas las ventanas de mi cuarto, y que ventilase sobre todo la sala que aquel abominable personaje habia ensuciado con su alito.

II
HAGO USO DE MI LIBERTAD.

No volvi á ver á Uriah Heep hasta el dia en que Inés salió de Lóndres. Habia acudido al despacho de diligencias para darla un adios y verla subir al coche. Uriah volvia á Cantorbery por la misma via : tuve una verdadera satisaccion viendo su es- cuálida persona, envuelta en un leviton gris, recli- nado en el cupé, mientras que Inés ocupaba un asiento en el interior. Aquello me indemnizó un tanto de los esfuerzos que tuve que hacer para po- nerle buena cara siempre que nos miraba Inés. Por su parte, Uriah no cesó, antes de instalarse, de acereársenos, alargando su cuello de cigüeña, y fijando su atencion en todas las palabras que decia yo á Inés ó que esta me dirigia.

Durante la confidencia que me habia impuesto al lado de la chimenea, habia recordado, á pesar de mi turbacion, las palabras de que se habia servido Inés al hablarme del acto de sociedad con- sentido por Mr. Wickfield :

«Creo haber hecho lo que debia; segura como estaba de que el sacrificio era necesario para la tranquilidad de mi padre, le he decidido á que acepte.»

Luego, me atormentó la idea que la pobre cede- ria por el mismo motivo á todo cuanto de ella se exigiese. Sabia hasta dónde llegaba su amor filial, su mucha abnegacion, y ella misma me habia confesado que se creia la causa inocente de los errores de aquel á quien queria pagar una deuda de roconocimiento. No habrá dos criaturas que se parezcan menos que Inés y aquel pájaro de mal agüero, pero aun asi, cuanta mayor era la dife- rencia, mas crecia mi sobresalto : el peligro prove- nia justamente de la abnegacion tan pura de la una y de la sórdida vileza del otro; cálculo que sin duda habia hecho el mismo Uriah.

No obstante la perspectiva de un sacrificio seme- jante del porvenir que hubiera destruido tan fatal- mente la felicidad de Inés, estaba seguro, al estu- diar su fisonomia, que aquel sacrificio cra aun imprevisto para ella y que no habia anublado aun su mente, y el prevenir la me hubiese parecido un acto de barbarie é injusticia.

Hé aqui por qué nos separamos sin ninguna clase de explicacion : la pobre me saludó aun una vez mas, sacando su mano por el ventanillo del coche, y su genio nefasto se movió en el cupé como si la tuviese entre sus garras y triunfase de su vic- tima.

Mucho tiempo tardé en borrar de mi mente se- mejante escena. Cuando recibi una carta de Inés, que me participaba su feliz llegada, senti la misma tristeza que al verla partir. Cada vez que caia en un ensueño melancólico, seguro estaba de la re- aparicion de las mismas imágenes y de que re- doblase mi ansiedad. Soñaba con clla todas las noches, hasta tal punto que fué un pensamiento inseparable de mi existencia.

Steerforth estaba en Oxford, y i pesar del tiempo que pasaba en casa de Mr. Spenlow, mi vida era bien triste. Tambien creo recordar que por aquel tiempo senti una secreta desconfianza hacia Steer- forth. Respondi cariñosamente á su carta, pero no me disgustó mucho que no viniese á Lóndres; el efecto del influjo de Inés se ejercia en mi, cuanto que, en ausencia de mi amigo, no cesaba de ocu- parme de ella y de su porvenir.

Los dias y las semanas trascurrian sin enmbar- go. Admitiéronme regularmente al despacho de MM. Spenlow y Jorkins. Para mi pension anual me habia señalado mi tia noventa libras esterlinas, pagando ademas el alquiler de la casa otros va- rios gastos. Mi cuarto me parecia triste en las lar-