Página:David Copperfield o El sobrino de mi tía (1871).pdf/193

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida

181
DAVID COPPERFIELD.

ante mis ojos... alli quedé sumido sin poder vaci- lar, sin volver la cabeza, sin poder pronunciar ni una palabra.

Asi que hube saludado, tartamudeando algunas palabras, oi una voz muy conocida que decia :

- Se me figura haber visto antes de ahora á Mr. Copperficld.

Aquella voz no era la de Dora, sino la de su amiga y confidenta, ¡miss Murdstone!

Se me figura que no me asombré demasiado, pues si algo habia en el mundo que me pudiese causar semejante impresion, era la presencia de Dora Spenlow.

- ¿Cómo estais, miss Murdstone? pregunté.

- Gracias, muy bien, me replicó.

- ¿Y Mr. Murdstone? añadi.

- Mi hermano goza de buena salud.

Mr. Spenlow, á quien supongo le habia sorpren- dido que nos conociésemos, se apresuró á decir:

- Veo con gusto, Mr. Copperfield, que miss Murdstone y vos sois antiguos amigos.

- Somos allegados, respondió miss Murdstone con una calma austera, aunque henos vivido jun- tos poco tiempo. Mr. Copperfield era á la sazon un niño; despues os han separado los acontecimien- tos y no le hubiera nunca reconocido.

Yo añadi que la hubiera reconocido en eualquie- ra parte, lo cual era verdad.

- Miss Murdstone, me dijo Mr. Spenlow, ha tenido la bondad de aceptar las funciones... si pue- do decirlo asi... de amiga eonfidenta de mi hija Dora, que como desgraciadamente no tiene madre, ha encontrado en ella una compañera y protec- tora.

Pensé para mis adentros, que miss Murdstone hacia las veces de cierto instrumento de bolsillo, llamado arma de seguridad, y que era mas propio para el ataque que no para la defensa; pero, sin desechar este pensamiento fugitivo, miré á Dora y se me figuró reconocer en su ademan que no se sentia muy dispuesta i depositar grandes confiden- cias en su conlidenta.

En aquel momento dejóse oir una campana, y Mr. Spenlow me advirtió que era el primer toque que anunciaba la comida, y me llevó con él para que me arreglara un poco.

Era completamente ridiculo ocuparme de mi tocado ó de cualquiera otra cosa, en el momento en que tan encantado estaba.

Lo único que pude hacer fué sentarme enfrente de la chimenea, morder la llave de mi saco de no- che, y pensar en la encantadora jóven. ;Qué talle! ¡qué rostro! qué gracia y cuántos atractivos!

Vino á sacarme de mi éxtasis el segundo toque de campana, y apenas tuve tiempo mas que para vestirme de prisa y corriendo, en vez de ocuparme minuciosamen te de mi persona, como debia.

Bajé y hallé una porcion de gente. Dora se halla- ba hablando con un señor viejo que tenia el pelo blanco.

A pesar de sus canas y del titulo de abuelo con que se vanagloriaba, tuve celos de él.

Verdad es que estaba celoso de todo el mundo. No podia soportar la idea de que hubiese otros que conociesen mas intimamente que yo á Mr. Spenlow, y era un suplicio para mi, cada vez que le oia á alguien referirse á acontecimientos à los que yo era extraño.

Se me figura que hubiese maltratado gustoso a un señor calvo que tenia frente á frente y que me preguntó si aquella era la primera vez que yo iba á Norwood.

El caso es, que no me acuerdo de nadie, como no sea de mi Dora. Tampoco sé lo que me dicron de comer; se me flgura que solo me alimenté con la idea de comer en compañia y al lado de Dora.

La hablé, su voz era suavisima, su sonrisa encan- tadora, y los modales mas encantadores que han podido privar á un pobre jóven de su liberlad; no era alta, antes al contrario; pero eso no le impedia ser una perla, un diamante; en el mundo todo lo mejor es pequeño, me decia yo.

Cuando se marchó del comedor con miss Murds- tone, - eran las dos únicas señoras que habia en lamesa, - me puse à soñar, y creo que no hubiera salido de mi éxtasis, a no ser por el temor de verme ultrajadlo á sus ojos por miss Murdstone.

El amable señor calvo me contó una larga histo- ria sobre la cultura de los jardines, y á cada paso repetia mi jardinero; pero por mas que parecia que le escuchaba solo pensaba en Dora.

El temor que abrigaba de que me hicieran pare- cer mal á los ojos de Dora, se aumentó cuando en- contré en el salon á miss Murdstone con su aire sombrio y altanero.

Me tranquilicé un poco, sin embargo, con una proposicion inesperada.

- David Copperfield, una palabra, si gustais, me dijo ella, haciéndome señas para que acudiese