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DAVID COPPERFIELD.

siguiéndolo, abrió de repente sus brazos, y me atrajo á ellos, besando repetidas veces mi rizada cabellera. Apercibíme de la energía de sus caricias al ver que saltaban dos botones de su vestido; pues como no habia hueco por ningun lado, cualquier ejercicio le exponia á semejante inconveniente.

— Vamos, exclamó, ¡sigamos la historia de los crocrodilos!

No pude comprender por qué Peggoty mostraba tanta turbacion y deseaba volver á los crocrodilos, segun ella los llamaba. No obstante, seguimos leyendo la historia de estos monstruos, ó mejor dicho vivimos en su compañía por espacio de media hora : dejamos sus huevos en la arena para que el sol pudiera empollarlos; nos vimos perseguidos por el padre y la madre, cuya cólera burlamos dando vueltas, cosa que no podian hacer como nosotros á causa de la pesadez de sus movimientos; en seguida les perseguimos á nuestra vez en el agua con los cazadores indígenas; les introducimos aguzados pinchos en la boca... En una palabra, no tardamos en aprender de memoria toda la historia de los cocodrilos, al menos yo, pues en cuanto á Peggoty se me figuraba que por momentos padecia algunas distracciones y se picaba los dedos con la aguja.

Ibamos á continuar nuestra lectura cuando llamaron á la puerta : fuimos á abrir; la que llegaba era mi madre y venia acompañada de un caballero de patillas negras, que reconocí por habernos acompañado ya el domingo anterior desde la iglesia hasta nuestra casa.

Cuando mi mamá en el dintel de la puerta me cogió en sus brazos y me besó, el caballero dijo que yo era mas feliz por mi privilegio que un monarca... ó una cosa parecida, pues debo confesar que á mi memoria viene á ayudar mi experiencia subsiguiente. Quiso por su parte acariciarme por encima del hombro de mi madre, pero maldita la simpatía que sentí hácia él y por su áspera voz : tuve celos al notar que su mano rozaba á mi madre, y la separé cuanto me fué posible.

— ¡Cómo se entiende, David! dijo mi madre con aire de reproche.

— ¡Querido niño! exclamó el caballero; no puedo enojarme de su celo filial.

Jamás habia visto un carmin tan subido en las mejillas de mi madre. Riñóme cariñosamente, y al mismo tiempo que me estrechaba contra su corazon, dió las gracias á aquel señor por la molestia de haberla acompañado.

— Es preciso que nos demos las buenas noches, hijo mio, dijo el caballero, que á su vez cogió la mano de mi madre y besó el guante que la cubria... yo lo ví.

— Buenas noches, le respondí.

— Vamos, seamos buenos amigos, repitió el caballero riendo; ¡venga la mano!

Yo tenia mi mano derecha entre las manos de mi madre, así fué que le alargué la otra.

— No es esta la buena, David, observó el caballero, sin dejar de reir.

Mi madre quiso hacerme dar la mano derecha; pero como me hallaba bien decidido á no dar sino la izquierda, el caballero acabó por estrecharla cordialmente; en seguida repitió que yo era una criatura excelente y se retiró.

Ví que revolvia la última avenida del jardin y que nos enviaba una mirada de despedida con sus negros ojos de mal agüero.

La puerta una vez cerrada, Peggoty, que no habia hablado ni una sola palabra, sujetó el barrote de hierro, y los tres entramos en el salon. Allí, contra su costumbre, mi madre, en vez de sentarse en su butaca, al lado de la lumbre, permaneció al otro extremo de la habitacion, instalándose en una silla y tarareando.

Mientras que hacia gorgoritos, empezé á dormirme, pero mi sueño fué bastante ligero para poder oir á Peggoty que, de pié é inmóvil en medio del salon, con un candelero en la mano, decia á mi madre :

— ¿Os habeis divertido esta noche, señora?

— Sí, gracias, Peggoty, bastante.

— Me aventuro á añadir que habeis pasado una soirée que no hubiera complacido mucho á M. Copperfield.

— ¡Dios mio! exclamó mi madre, me volvereis loca! no hay una mujer en el mundo que se vea peor tratada por su criada que yo!... No ceso de preguntarme si soy una chiquilla ó una mujer viuda.

— Nadie ignora que habeis sido casada, señora, replicó Peggoty.

— En ese caso, cómo os atreveis... ó mejor dicho ¿cómo teneis valor para hacerme tan desgraciada y atormentarme así... cuando sabeis que no tengo ni una sola amiga?

— Razon de mas para ser mas precavida, dijo Peggoty.