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DAVID COPPERFIELD.

- Quizás teneis razon; pero sin embargo pasa- bamos buenos ratos. ¿Os acordais de nuestras ce- nas, y de las historias que nos contabais? ; Ah! ¡ah ! ah! y los cachetes que recibi por haber llo- rado cuando despidieron á Mr. Mell. Me gustaria volver á ver á Creakle.

- Fué brutal para con vos, Traddles, le dije indignado, como si hubiese sucedido la víspera.

- ¿Lo crecis, replicó, realmente? Es posible; ¡pero como hace tanto tiempo que pasó!

- Vucstra educacion la costeaba un tio vuestro, ¿verdad?

- Si, respondió Traddles, el mismo á quien de- bia escribir cada vez que me zurraban y á quien jamás escribia. Mi tio murió al poco tiempo de salir yo del colegio. Era un comerciante de paños relirado de los negocios : me habia nombrado su heredero, pero asi que crecí dejó de quererme; pretendió que no habia correspondido á sus espe- ranzas, y se casó con su criada.

- ¿Y qué hicisteis vos?

- No podré deciroslo á punto fijo. Segui en casa de mi tio, esperando á que me buscara una colo- cacion, hasta que le subió la gota al estómago. Murió, y su viuda se casó en segundas nupcias con un jóven, sin pensar en establecerme.

- ¡Cómo! ¿no os dejó nada vuestro tio?

- Al contrario, me habia dejado eincuenta li- bras esterlinas; pero como no habia aprendido ningun oficio, no supe qué hacer. Despues, gracias i un condiscipulo de Salem-House, hijo de un abogado, me dediqué á copiar las causas. Aquello me daba poco, pero como soy y he sido trabajador, me dediqué á extractar y analizar las defensas, cosa que me sugirió la idea de cstudiar derecho. La matrieula se llevó lo que me quedaba de mis cin- cuenta libras y todo euanto habia podido econo- mizar del producto de mis copias. Luego tuve algunas buenas recomendaciones, entre otras la de Mr. Waterbrook, y me aproveché de ellas para ganar algunas guineas. Por último, he trabado conocimiento con un editor que publica una enci- clopedia por entregas y ha lenido la bondad de darme trabajo. Cuando habeis llegado me hallaba escribiendo un articulo, y puedo deciros sin va- nidad, mi querido Copperfield, que no soy un mal compilador; lo que me falta es la invencion. Creo que jamás la originalidad ha entrado en esta cabeza, añadió con el mismo tono de buen humor.

No quise contrariarle para darle gusto, y prosi- guió en estos términos :

- Dentro de poco espero entrar en un periódico, y esto será casi un principio de fortuna; pero tengo tanto gusto en hallaros siempre el mismo que en el colegio, que no os ocultaré nada, mi querido Copperficld. Sabed que estoy enamorado.

¡Enamorado! ah! Dora!

- Mi futura, dijo Traddles, es la hija de un vi- cario, padre de seis hijos, en el Devonshire. Si, prosiguió viéndome mirar involumtariamente el croquis del campanario que habia notado encima de su mesa ; sí, lo habeis adivinado, es la iglesia de mi futuro suegro, y mirad á la izquierda y os hallareis en el presbiterio, aqui donde pongo mi pluma.

Recuerdo hoy aun mas que entonces todos estos detalles; pues escuchándole, mi egoista reflexion levantaba el plano de la casa de campo de Mr. Spenlow y de su jardin.

- ¡Si vierais qué buena es la jóven á quien amo! dijo Traddles : es algo mayor de edad que yo, pero i lan buena chica! Os dije que me marchaba al campo? Fui á Devonshire, donde pasé un mes de- licioso. Temo que será preciso esperar mucho tiem- po ; pero nuestra divisa es «paciencia y esperanza », palabras que repetimos sin cesar. Estoy seguro que si es preciso me esperará hasta la edad de sesenta años.

Al pronunciar estas palabras, Traddles se levan- tó con una sonrisa de triunfo, y echando mano á la servilleta blanca que tanto me habia llamado la atencion, añadió:

- No obstante, preparamos ya los clementos para nuestra casa hé aqui dos articulos esen- ciales.

Al decir esto levantó la servilleta con orgullo y precaucion.

- Ella misma ha comprado este florero, que lleno de flores y puesto á la ventana casi casi hace las veces de jardin. Por mi parte he comprado esta mesita con mármol; pues nada es mas cómodo que colocar encima la taza una vez que se ha tomado el té. Es un muceble admirable, muy bien trabajado y mas sólido que una peña.

Admiré el jarron y la mesa, y Traddles volvió á cubrir cuidadosamente ambos olbjetos.

- Aunque por el pronto esto no es nada, prin- cipio quieren las cosas. Lo mas caro son las sába- nas, fundas de almohada y demas ropa blanca; los