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DAVID COPPERFIELD.

utensilios de cocina, candeleros, palmatorias y de- mas ferreteria indispensable, se necesita muchisi- mo y todo ello cuesta caro; pero paciencia y espe- ranza. Os aseguro que es la muchacha mas amable del mundo.

- No lo dudo, le dije.

- Entretanto, para acabar con lo que me con- cierne, añadió Traddles, vivo como puedo. No gano mucho, pero en cambio tampoco gasto. Ge- neralmente como con la familia del piso bajo : Mr. y mistress Micawber han vivido entre gente escogida y su trato es sumamente agradable.

- Mr. y mistress Micawber! ;Si, les conozco intimamente, mi querido Traddles! exclamé.

Dieron un golpecito á la puerta, al que respondió Traddles : «Adelante», y vino muy á propósito á resolver todas mis incertidumbres.

- Dispensadme, Mr. Traddles, dijo Mr. Micaw- ber, ignoraba que estuvicseis acompañado.

Y, hablando asi, Mr. Micawber se estiró las liri- llas tan almidonadas como de costumbre, y saludó poniéndose el lente. No habia cambiado nada; era el mismo, afectando su aire jóven y distinguido.

- ¿ Cómo estais, Mr. Micawber? le pregunté.

- Sois muy amable; estoy in statu quo.

- ¿Y mistress Micawher?

- Gracias á Dios, tambien se halla in statu quo.

- ¿Y los niños?

- Gozan de uma salud envidiable.

Como al llegar aquí vió que me sonreia, Mr. Mi- cawber examinó mi fisonomia con mayor alencion, y dijo:

- ¿Es posible ? Tengo el gusto de ver á Cop- perfield, el compañero, el amigo de mi juventud!

Y estrechándome ambas manos con verdadero entusiasmo, y volviéndose hácia la escalera, ex- clamó:

- ¡Mi querida amiga, subid, quiero lener el gusto de presentaros una persona que se halla en la ha- bitacion de Mr. Traddles !

- Mi querido amigo, añadió Mr. Micawber, vais á sorprender de veras á mi cara mitad; me hallais, bien puedo decirlo, en una de esas crisis solemnes de la vida en que el hombre se encuentra al borde del precipicio; pero ya sabeis que en esas ocasiones sé tomar aliento y dar el salto mortal.

Antes de que tuviese tiempo de responder á csto exordio, entró á su vez mistress Micawber, y vi con pena que su traje estaba aun mas descuidado que otras veces.

Al verme se le alborotaron los nervios, y por poco se desmaya en mis hrazos; pero esto no la impidió mezelarse pronto en nuestra conversacion, hasta que Mr. Micawber habló de invitarme à comer.

A pesar de su aplonio, comprendi en el sobre- salto de su nerviosa mitad, que seria muy impru- dente aceptando.

Respondi que me hallaba comprometido en otro lado, pero que queria, antes de que se concluyese aquella quineena, recibir en mi casa á todos mis antiguos amigos.

Cuando me marché, Mr. Micawber, pretestando enseñarme un camino nas corto que el que habia traido, bajó conmigo y me acompaño hasta la es- quina de la calle.

- Quiero, me dijo, conliarme á un antiguo ami- go : es una felicidad vivir hajo el mismo lecho que vuestro condiscipulo Traddles, cuando se tiene por vecinos, puerla con puerta, una planchadora i mano derecha y un agente de policia á la izquierda, Por ahora soy comisionista en trigos, profesion que no tiene nada de luerativa, asi es, que paso las de Cain. A eso queria aludir, pero debo añadir que tengo en perspectiva un medio de hacer fortuna, que me permitirá asegurar no solo un porvenir, sino tambien el de vuestro amigo Traddles, que lo es mio; ademas, habreis notado que mistress Mi- cawber se halla en una situacion de salud que hace casi probable un aumento á sus prendas de afecto conyugal que... en una palabra, á nuestros hijos... que os enseñaré otra vez... Los parientes de mis- tress Micawber han tenido la hondad de manifestar su disgusto por el estado actual de cosas. Como yo creo que esto no les importa, he rechazado con desprecio semejante sentimiento.

Despues de esta explicacion intima, Mr. Micaw- ber volvió á darme un apreton de manos y me dejó.

IV
MIS AMIGOS.

Hasta el dia en que recibi á mi mesa á mis anti- guos amigos, vivi, casi exclusivamente, de café y