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DAVID COPPERFIELD.

vado el dia de su boda, y que desapareció inme- diatamente despues;

2º Una tabaquera de plata, de figura de una pierna;

3º Una caja de figura de un limon, llena de ta- zas y platillos, que probablemente habia comprado Mr. Barkis para regalármela cuando yo era peque- ño, y que habia conservado sin poder decidirse sin duda á separarse de ella;

4° Ochenta y siete guincas y media, en guineas y medias guineas, doscientas cincuenta libras es- terlinas en banck-notes perfectamente nuevas;

5° Varios recibos de cantidades colocadas en el Banco de Inglaterra;

6° Una herradura vieja, un chelin desgastado, un pedazo de aleanfor y una concha de ostra, que estaba muy pulida y reflejaba en el interior colores prismáticos, por lo cual saqué en conclusion que Mr. Barkis debia haber tenido algunas ideas gene- rales acerca de las perlas, ideas que permanecieron indefinidas en su mente.

Durante dos años, Mr. Barkis habia hecho viajar diariamente el cofre en su compañía. Para ocul- tarlo mejor á las miradas indiscretas, habia inven- tado una ficcion, suponiendo que pertenecia á Mr. Blackboy, y que el propietario se lo habia de- jado en consignacion hasta que viniese á recoger- lo; esta fäbula habia sido escrita cuidadosamente en la tapa, con caractéres que vinieron á ser poco á poco ininteligibles.

Mr. Barkis halbia alesorado con resultado suma- mente satisfactorio. Su haber en dinero se elevaba á unas tres mil libras esterlinas (75,000 francos). De esta cantidad legaba el interés de la tercera parte á Mr. Danicl Peggoty, mientras viviese, para que á su muerte se repartiesc el capital en partes igua- les entre Peggoty, Emilia y yo, ó entre los super- vivientes de cstos tres legatarios. Todo el resto de su fortuna quedaba á favor de su viuda, legataria universal, única ejecutora lestamentaria de sus últimas disposiciones.

Me crei todo un verdadero proelor euando lei aquel documento en voz alta, con el ceremonial de costumbre, repitiendo cada uma de las clausu- las á las partes interesadas. Comprendi, en fin, la utilidad de un tribunal de justicia, que entre otras cosas, se ocupa de testamentos y testamenta- rias.

Estudié el testamento con la nmas profunda aten- cion, le declaré perfeelamente en regla, hice algu- nas anotaciones al márgen, y tuve orgullo de saber tanto.

Aquel estudio serio me absorbió durante toda la semana que precedió å los funerales. Estableci a Peggoty la cuenta de todo lo que constituia toda su herencia; arreglé generalmente todos sus nego- cios; en una palabra, fui su consejero y su oráculo juridico.

No vi á Emilia en aquella semana, pero supe que la familia, de acuerdo con Mr. Omer, habia decidido que el casamiento se celebraria sin pompa dentro de quince dias.

No asisti á las exequias con las insignias de mi profesion, si es que puedo hablar asi; es decir, que no estaba veslido de negro con una ancha gasa flolante para espantar á los pájaros. Pero aquella mañana temprano me dirigi á Blunderstone, y cuando llegó el cortejo funebre ya estaba yo en el campo santo, entre Peggoly y su hermano.

Vi á la ventana de mi cuarto el loco que miraba ; el chiquillo de Mr. Chillip meneaba su cabezota y abria unos ojos tremendos por eima del hombro de su nodriza.

En el segundo plano del cuadro se hallaba Mr. Omer, que apenas podia respirar ; habia pocos tes- tigos en aquella ceremonia, que pasó con la mayor ealma.

Asi que todo se hubo acabado, seguimos paseán- donos aun una hora por el campo santo, cogiendo algunas amarillentas hojas primaverales del árbol que prestaba sombra á la tumba de mi madre.

Aun veo la sombria nube que se extendió sobre todo lo que va á seguir, nube que descendió lenta- mente sobre la ciudad donde me guiaban mis soli- tarios pasos.

A medida que me aproximo, me entristece el mismo presentimiento, pesa sobre mi el mismo terror; ah! si pudicse, suspendiendo mi relato, suspender indefinidamente la fatal catástrofe de aquella noche, cuyo recuerdo he guardado y guar- daré siempre en mi memoria... pero en vano se detiene mi mano y deja caer la pluma... cl pasado es irrevocable; nadie es capaz de impedir que lo que fué haya sido.

Mi niñera marchó á Lóndres conmigo al dia si- guiente, para lo del testamento. Emilia pasó el dia en casa de Mr. Omer y quedó convenido que aque- lla noche nos reuniriamos todos en la casa-barca, á donde Cham acompañaria á Emilia á la hora de costumbre.